He vuelto a mi soledad; y, quiero morir en ella, guardando el silencio de mis labios, ya que no el silencio de mi pluma; Y mi corazón sabe, por qué teme, que estas palabras mías sean como el canto de un cisne.
Triste ronda de hojas muertas, impulsadas por el viento de la tarde. Escrito en las largas veladas solitarias, en espera del esplendor de las mañanas futuras. Escrito en las noches estremecidas por el presentimiento del amor, apenas entrevisto en el cristal de unos ojos, que tenían las tristezas de las velas de una nave que se pierde en el horizonte.
La sombra de los ojos de mi amado, sus ojos tan bellos, que se llenaban de lágrimas al saber que no tenía cura. Lágrimas que humedecieron el albor estas letras, como rocío de un cielo de ternuras, caído sol las blancas flores de mis sueños, abiertas bajo el candor de sus miradas. Yo sabía que le quedaba poco... Él sabía que no le quedaba nada.
Dondequiera que yo mire hacia mi lejano pasado, veo las manos de mi amado, extendidas sobre mi cabeza como un consuelo, puestas sobre mi corazón como un escudo... Pronto serán polvo, pronto serán cenizas. Mas su sombra aún electriza el alma de este Idilio doloroso, que sus ojos vieron florecer, como una pradera de lavandas en la gran colina de la luna.
Bajo las caricias de sus manos yo escribí, bajo el regazo siempre amado yo soñé. Ahora ya es tarde, se fue, aún así siempre está a mi lado. Dulce resquemor de las tardes de soles inconclusos. El amor se ha ido de viaje y mi equipaje vacío como si ninguna prenda entrara ya... Hubiera sido mejor, saber que no te irías...
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