Los casi 20 mil tolimenses que fueron al estadio "Manuel Murillo Toro" a ver clasificar el equipo vino tinto y oro, uno de los más regulares durante todo el campeonato, una vez más se quedaron con los crespos hechos, porque sucumbió ante su similar de Itagüí. Un gol solitario mató la esperanza de llegar a la gran final con el "encopetado" Independiente Santa Fe, cediéndole el paso al Atlético Nacional, uno de los equipos más irregulares durante la liguilla. "El fútbol – dijo alguien – es una caja de sorpresas".
El estadio al término del partido fue un verdadero maremágnum. Unos arremetieron contra el dueño absoluto de la escuadra, el multimillonario Gabriel Camargo Salamanca; otros contra el técnico del equipo visitante que es tolimense y durante una larga temporada manejó el club Deportes Tolima.
La pasión por del deporte de multitudes, la frustración que implica la derrota de un éxito que se tenía a tiro de escopeta, originó un verdadero mar embravecido, un cataclismo de vastas proporciones. Los periodistas deportivos contribuyeron a meterle gasolina al fuego, con sus comentarios poco centrados y analíticos. Comentaban más con el corazón que con la razón.
Comentarios y suposiciones cayeron como granizada inundando los sitios más recónditos y distantes del departamento. "Era más fácil clasificar que no clasificar", anotó un adolorido aficionado rascándose la cabeza. "Camargo vendió la derrota. ¿Cuántos millones recibiría de departe de Atlético Nacional?", dijeron otros. Incluso, algunos locutores y comentaristas radiales, insinuaban eso sin el menor argumento.
"Claro, dijeron otros, con eso Camargo se ahorra premios e incentivos a los jugadores y así le queda mucha más ganancias. Él no piensa sino en el dinero".
Lo cierto es que el fútbol profesional es un multimillonario negocio lícito e ilícito en beneficio de unos cuantos en detrimento de los aficionados que cada ocho día asisten a los estadios a pagar costosos boletos. Esta bella actividad deportiva la prostituyó el capitalismo, cediendo todo lo bello, lo artístico y lo deportivo, al interés exclusivo de carácter económico.
Causa estupor la forma como manejan a los jugadores estos empresarios del cálculo económico. Es como si fueran animales. "Vendí tal jugador", "Soy dueño de sus derechos deportivos", "Lo cambio por perencejo", etc. Todo, absolutamente, todo se hace bajo el cálculo egoísta del aspecto económico. No han tenido escrúpulos los grandes mecenas en sacrificar el espectáculo. No importa el aficionado, importa la productividad, los resultados al precio que sea. A los jugadores se les inyecta, se le encarcela para que rinda más de lo lógico, no importa quebrar su biología y su psicología.
Gabriel Camargo Salamanca no fue o es deportista. No tiene amor por la humanidad. Qué le puede interesar el espectáculo. Solo le interesa el dinero. "Engordar" jugadores para venderlos bien costosos y así alimentar sus arcas personales. Qué le va a importar lo que sienta el aficionado, lo que le importa es que la minita le siga arrojando el mayor fajo de billetes con la menor inversión. No es tan descabellada la hipótesis aquella de que haya reflexionado y llegado a la cruda conclusión que le quedaba más ganancias con el equipo por fuera de la gran final, que por dentro. Eso implicaría una serie de gastos que el magnate del sudor ajeno no estaba dispuesto a cancelar. Además: ¡Qué identidad regional puede tener un robot con la única misión de hacer dinero al precio que sea!
El capitalismo todo lo prostituye, todo lo corrompe. El interés económico predomina sobre cualquier otro interés, por loable que éste sea. ¿Cómo podría ser el fútbol colombiano la excepción? De ninguna manera. Cuántos escándalos de dineros "calientes", es decir, del narcotráfico en los equipos. Cuando hubo la final Tolima – Cúcuta, también los aficionados que se herniaban haciendo fuerza y como ahora, pierde el Tolima, coronándose campeón "los motilones". Tolima lloró, menos don Gabriel Camargo Salamanca, o quizás lloró, pero de alegría. ¿Por qué? Sencillo: Su mujer, Leonor Serrano era o es la dueña de ese onceno. Así, don Camargo, cínicamente pudo haber dicho: "Con cara ganó yo y tu pierdes con sello".
Con bandera enrollada, cabizbajo, controlando las emociones un fiel aficionado, señaló: "Otro día será". Sin poder detener las lágrimas se marchó del estadio una vez terminaron los 90 minutos de juego.
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