martes, 27 de agosto de 2013




El futuro de la NASA se llama programa Constellation y tiene un triple objetivo: desarrollar la próxima generación de lanzaderas, cápsulas y trajes espaciales, colonizar en 2020 la Luna para hacer ciencia, explotar sus recursos y aprender a sobrevivir en otro planeta; y el broche de oro: enviar tripulaciones a Marte.

En primer lugar hay que hablar, pues, de los dos futuros transbordadores, integrados en el sistema Ares. El Ares I llevará en su punta la cápsula tripulada Orion. La capacidad de carga de ese delgado cohete será de 25 toneladas y el transporte de astronautas a la Estación Espacial Internacional (ISS) comenzará en 2015. Su hermano mayor, el Ares V, será un enorme vehículo capaz de colocar en órbita baja 188 toneladas de carga, y de enviar a la Luna hasta 71. Su segmento o etapa superior llevará la tripulación al satélite terrestre, pues una vez en órbita, los astronautas se transferirán a ella.

Los Ares han generado preocupación entre algunos ingenieros y veteranos de la talla de Buzz Aldrin, el segundo hombre que pisó la Luna. Los diámetros y, por tanto, la logística de los instrumentos en ambos cohetes son distintos: cada versión requiere su propia infraestructura de lanzamiento. Además -aunque este es un problema típico en la construcción de cohetes-, sus propulsores de combustible sólido podrían producir peligrosas vibraciones en la cápsula. Los cambios en el diseño del Ares I están afectando al Ares V, y viceversa; el programa está comenzando a pasarse de plazo y presupuesto. No obstante, la NASA mantiene el calendario.

Aldrin compara la situación actual con el desarrollo del antiguo transbordador. "No fue planeado sabiamente, había poco presupuesto. Simplemente pido que se cree un grupo de expertos para decidir si el programa Constellation es la mejor manera de avanzar". Y no está solo. La Academia Nacional de Ciencias está formando un panel de 14 personas para estudiar el programa espacial estadounidense. Mientras tanto, los ingenieros de Lockheed Martin, la empresa que obtuvo el contrato de 8.000 millones de dólares para desarrollar las cápsulas Orion, siguen trabajando en las afueras del Centro Espacial Johnson, en Houston. Casi todos los detalles estarán informatizados, por lo que los astronautas no tendrán que manipular interruptores constantemente. "Nuestros ordenadores no hablarán, pero serán más inteligentes y tendrán mejores modales que HAL, el cerebro de la nave de la película 2001: Una odisea en el espacio", dice el astronauta Jim Dutton, involucrado en el diseño. "La cápsula está tan automatizada que liberará a los ocupantes para llevar a cabo cómodamente su misión de exploración".

Orion tendrá espacio para cuatro personas -en el Apollo cabían tres-. Mientras que en el transbordador uno puede ver por encima de los hombros de los demás, en la cápsula será más bien como estar en una campana de buceo.

El programa Constellation también necesitará nuevos trajes espaciales, ya que los astronautas no estarán flotando en el medio lunar, sino caminando, haciendo alpinismo y excavando. Lo más divertido para los costureros espaciales ha sido simular las condiciones de la superficie de la Luna en la Tierra. Sus conejillos de Indias han sido enviados a volar en un avión parabólico que produce 30 segundos de microgravedad, sumergidos hasta el fondo del mar y expuestos al sol abrasador de Arizona.

"Una de las razones principales para ir a la Luna es la geología", dice Terry Hill, director del proyecto de ingeniería de los trajes. "Si no te puedes agachar y doblar bien, estás perdido". Otra clave radica en hallar el centro de gravedad perfecto, que cambia según lo que se lleve en la espalda. Parece ser que los primeros astronautas lunares se caían a menudo por un desfase en dicho centro de gravedad. También hay que tener en cuenta los daños causados por el fino polvo gris, formado en realidad por pedazos de cristales capaces de cortar todo lo que tocan, desde un trozo de tela hasta los tejidos pulmonares. Los diminutos cuchillos se acumulaban en las junturas de los trajes Apollo y hacían difícil moverlas. Además, la nueva generación de atuendos debe ayudar al usuario a ahorrar oxígeno, haciendo que se sienta relajado y cómodo.

Y algo fundamental que no hay que olvidar: que pueda vestirse rápidamente en caso de emergencia. En cuanto al alojamiento lunar, la NASA ha concluido que lo mejor sería desarrollar una base alimentada con energía solar -eventualmente nuclear-, y ubicarla cerca de uno de los polos, regiones siempre expuestas a la luz. El candidato perfecto es el borde del Cráter Shackleton, en el polo sur, en una zona que lleva el hermoso nombre de Picos de Luz Eterna.

El fin es aprender a usar los recursos naturales, hacer los preparativos para viajar a Marte e investigar. Se prevén seis meses de estancia continua, algo similar a lo que ocurre en las bases antárticas. De la logística y el mantenimiento podrían ocuparse empresas privadas.

Un prototipo de hábitat inflable está siendo ensayado precisamente en la base McMurdo de la Antártida. Pero el enclave tendrá que resistir no sólo el frío (-151 °C), sino el calor (116 °C) y una constante exposición a dosis letales de radiación. Por eso, al principio las tripulaciones quizás construyan su hogar a partir de los tanques vacíos de combustible del módulo. Los exploradores tendrán, además, que aprender a extraer oxígeno y agua del polvo para proveerse de combustible, aire y agua potable. Un ingeniero del Centro Espacial Johnson en Houston descubrió que comprimir y calentar el regolito -roca suelta y minerales- del satélite produce agua.

Seguramente, la Luna alimentará la fiebre del oro del siglo XXI: allí espera el combustible de las futuras plantas de fusión nuclear. "El exótico helio 3, fusionado con deuterio, tiene la capacidad de producir electricidad, generando muy bajos niveles de radiación y casi ninguna pérdida de calor", ha declarado W. M. Braselton, ex vicepresidente de Harris Corporation. "Es claramente viable desde el punto de vista económico".

Cuando volvamos a la Luna, el viaje será una necesidad económica y medioambiental, no una mera acrobacia política.

Ángela Posada-Swafford

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