Hola flotingueros, hoy traigo un resumen extracto de un libro de autoayuda, que nos da las claves necesarias para mantener nuestro cuerpo mas "limpio, y mejorar notablemente nuestra salud. Yo en lo personal , he usado algunas de estas claves y note mas bienestar, no tiene desperdicio, te puede ser muy util !
Empecemos por la clave número uno de la salud vital: el poder de la respiración. El fundamento de la salud es la buena circulación de la sangre, ya que éste es el sistema que transporta el oxígeno y los nutrientes a todas las células de su cuerpo. El que goza de una buena circulación tiene asegurada una vida larga y saludable. Estamos hablando de un medio que es el torrente sanguíneo. ¿Cuál es el órgano de mando que controla ese sistema? La respiración. Con ella oxigenamos el organismo y estimulamos los procesos eléctricos de todas y cada una de las células.
Echemos una ojeada más detallada a los procesos corporales. La respiración no sirve únicamente para oxigenar las células, sino que asimismo controla el caudal del fluido linfático que contiene los glóbulos blancos protectores del organismo. ¿Qué es el sistema linfático? Algunos lo describen como la canalización de drenaje del cuerpo. Todas las células están rodeadas de linfa, líquido del cual nuestro organismo contiene cuatro veces más que sangre. He aquí cómo funciona dicho sistema: la sangre impulsada por el corazón recorre las arterias hasta llegar a los vasos más finos y porosos, los capilares. La sangre lleva hasta éstos el oxígeno y los nutrientes, que se difunden luego en el líquido linfático que rodea las células. Como éstas tienen una especie de inteligencia o afinidad hacia lo que necesitan, toman el oxígeno y los nutrientes necesarios para su buen funcionamiento y luego expulsan las toxinas, parte de las cuales retorna a los capilares. Pero la mayor parte de las células muertas, las proteínas de la sangre y otros materiales tóxicos han de ser evacuados por el sistema linfático, y éste es activado por la respiración profunda.
Las células del cuerpo necesitan del sistema linfático, ya que sólo éste permite drenar los importantes volúmenes de toxinas y desechos del metabolismo que impiden la oxigenación. La linfa pasa por los ganglios, donde las células muertas y todos los demás productos tóxicos, excepto las proteínas de la sangre, son neutralizados y destruidos. La importancia del sistema linfático es tal, que si se paralizase el mismo durante veinticuatro horas, el ser humano moriría a consecuencia de la retención de proteínas y de la acumulación de fluido alrededor de las células.
El torrente sanguíneo funciona con la ayuda de una bomba, que es el corazón. En cambio, el sistema linfático no cuenta con nada parecido. La linfa sólo se desplaza gracias a la respiración profunda y al movimiento muscular. De manera que si quiere usted gozar de una circulación sana y de unos sistemas linfático e inmunitario eficaces, debe respirar profundamente y realizar los movimientos adecuados para estimarlos. Desconfíe de todo «programa de salud» que no empiece por enseñar, ante todo, cómo depurar el organismo mediante una respiración eficaz.
El doctor Jack Shields, prestigioso especialista en linfología de Santa Bárbara (California), ha realizado recientemente un estudio muy interesante sobre el sistema inmunológico. Se instalaron cámaras en el interior de los sujetos experimentales para observar los factores que estimulan la depuración del sistema linfático. Descubrió que la manera más eficaz para ello es una respiración profunda, diafragmática, ya que la misma crea como un vacío que aspira la linfa y multiplica la velocidad de eliminación de las toxinas. En efecto, la respiración profunda y el ejercicio pueden multiplicar dicha velocidad hasta quince veces.
Aunque el lector sólo sacase en limpio de este capítulo la importancia de la respiración profunda, ello bastaría para elevar espectacularmente el nivel de salud de su organismo. Ahora ya sabe por qué algunos sistemas como el yoga conceden tanto valor a una respiración correcta. No hay nada mejor para depurar el organismo.
No se necesita demasiado sentido común para comprender que el oxígeno es el más esencial de todos los elementos necesarios para la buena salud. Sin embargo, interesa comprender hasta qué punto es importante. El doctor Otto Warburg, galardonado con el premio Nobel y director del Instituto Max Planck de Fisiología Celular, estudió los efectos del oxígeno sobre las células. En sus experimentos logró convertir células normales y sanas en malignas por el sencillo procedimiento de reducir la proporción de oxígeno aportada a las mismas. Estas investigaciones fueron corroboradas en los Estados Unidos por el doctor Harry Goldblatt. En el Journal of Experimental Medicine (1953), Goldblatt describió los experimentos realizados con una especie de ratas considerada especialmente inmune a las alteraciones malignas. Extrajo células de ratas recién nacidas y las dividió en tres grupos. Las células de uno de estos grupos fueron traspasadas a un matraz y sometidas a la privación de oxígeno durante treinta minutos. Lo mismo que el doctor Warburg, Goldblatt descubrió que muchas de estas células morían al cabo de pocas semanas; otras presentaban una actividad muy disminuida, y aún otras manifestaban síntomas de degeneración precursores de una evolución maligna. Los otros dos grupos de células se mantuvieron en otros recipientes con un suministro constante de oxígeno a concentración atmosférica.
Al cabo de treinta días, el doctor Goldblatt inyectó las células de los tres grupos a otros tantos grupos de ratas. Al cabo de dos semanas, y una vez reabsorbidas las células por el organismo de los animales, los dos grupos de control no presentaron ningún síntoma anormal. En cambio, todas las ratas del tercer grupo —el que había recibido la inyección de células privadas de oxígeno— presentaban tumoraciones. De este ensayo se hizo un seguimiento durante un año, con el resultado de que las células malignas se confirmaron malignas y las normales continuaron normales.
¿Qué nos enseña esto? Los investigadores llegaron a la conclusión de que la falta de oxígeno desempeña un papel «oncógeno» (es decir, destructivo) importante. Indudablemente afecta a la calidad vital de las células. Ahora bien, hay que recordar que la calidad de vida de nuestras células equivale a la calidad de vida que percibimos nosotros. Es evidente que la plena oxigenación de nuestro sistema debería convertirse en nuestro interés principal; una respiración más eficaz es, sin duda alguna, lo primero.
La dificultad estriba en que la mayoría de las personas no saben respirar bien. Uno de cada tres norteamericanos enferma de cáncer. En cambio, entre los deportistas norteamericanos la proporción es de uno entre siete. ¿Por qué? Los estudios que citaba antes nos suministran un principio de explicación. Los atletas proporcionan a su circulación sanguínea una cantidad mayor del elemento más vital e importante, el oxígeno. Otra explicación sería que los atletas estimulan el sistema inmunológico de su organismo, ya que su actividad favorece la circulación linfática.
Permítame participarle la manera más eficaz de respirar para limpiar su sistema. Hay que mantener el ritmo siguiente: inspirar durante la cuenta de uno, retener durante la cuenta de cuatro, espirar durante la cuenta de dos. Es decir, si se toma aire durante cuatro segundos, se ha de contener el aliento durante dieciséis y exhalar el aire durante ocho. ¿Por qué la espiración debe durar el doble que la inspiración? Porque es la fase durante la cual se eliminan las toxinas por vía del sistema linfático. ¿Por qué contener la respiración durante cuatro períodos? Para oxigenar plenamente la sangre y activar el sistema linfático. Al respirar hay que empezar por la parte baja, en el abdomen, como una aspiradora que extraiga todas las toxinas de la circulación.
¿Suele usted tener mucha hambre después de hacer ejercicio? ¿Le apetece sentarse y comerse un gran bistec después de haber corrido cinco kilómetros? Sabemos que, de hecho, no sucede así. ¿Por qué? Porque una respiración sana le ha proporcionado ya al organismo lo que más necesitaba. De manera que ésta es nuestra primera llave de acceso a una vida sana. Tómese tiempo tres veces todos los días para realizar cada vez diez respiraciones profundas a la cadencia descrita en las líneas anteriores. ¿Repetimos esa cadencia? Un tiempo de inspiración, cuatro tiempos de retención, dos tiempos de espiración. Por ejemplo, inspire hondo, con el abdomen, a través de la nariz y contando hasta siete (la cifra puede ser más grande o más pequeña, según su capacidad). Retenga el aliento durante un período cuatro veces más largo, o sea hasta llegar a la cuenta de veintiocho. Espire luego, poco a poco y por la boca, hasta contar dos veces el tiempo de inspiración, es decir hasta catorce. El ritmo nunca debe ser forzado; usted mismo verá cómo aumentan las cifras a medida que se desarrolla su capacidad pulmonar. Practique esas diez respiraciones profundas tres veces al día y experimentará una mejora sensacional de su salud. No hay en el mundo regímenes ni pastillas de vitaminas que puedan beneficiarle tanto como un hábito respiratorio excelente.
El otro elemento esencial para una respiración saludable es la práctica diaria de ejercicios aeróbicos. Es bueno correr, aunque un poco fatigante. Es excelente nadar. Sin embargo, uno de los mejores ejercicios aeróbicos que pueden practicarse en cualquier estación es la cama elástica, aparato no muy costoso y que apenas presenta peligro de sobreesfuerzo o estrés.
Es importante que la sesión de saltos se lleve a cabo sin una fatiga excesiva; puede ir prolongándose gradualmente hasta llegar a la media hora diaria sin cansancio, dolores ni estrés. Hay que adquirir fondo antes de abordar los ejercicios prolongados o difíciles. Con un entrenamiento correcto la respiración gana en profundidad y el organismo se vigoriza. Existen muchos libros sobre el arte de la cama elástica, que explican cómo ésta tonifica todos los órganos corporales. Le aconsejo que se tome el tiempo para dedicarse a este ejercicio vivificante. Tendrá ocasión de alegrarse de haberlo hecho.
La segunda clave consiste en comer alimentos abundantes en agua. El 70 por ciento de la superficie de nuestro planeta está cubierta de agua. El 80 por ciento de nuestro organismo está constituido por agua. ¿Qué le parece que debería contener su dieta principalmente? Convendría controlar que su dieta esté formada por un 70 por ciento de alimentos ricos en agua. Es decir, fruta fresca o verduras, o jugos de lo uno o lo otro recién exprimidos.
Algunos recomiendan beber de ocho a doce vasos de agua diarios para «drenar el sistema». ¿Sabía usted que eso es una barbaridad? En primer lugar, el agua que bebemos no vale gran cosa. La que bebe usted seguramente contiene cloro, flúor, minerales diversos y otras sustancias tóxicas. Mejor sería beber agua destilada. Pero, cualquiera que sea el tipo de agua que beba usted, el sistema no se limpia inundándolo. La cantidad de agua que uno bebe debe dictarla su sed.
En vez de inundar su sistema para tratar de purificarlo, basta comer alimentos naturalmente abundantes en agua. Sólo hay tres clases de alimentos de esa clase en el mundo: la fruta, la verdura y las legumbres. Ellas le suministrarán agua en abundancia, esa sustancia vivificante y purificadora. Las personas que siguen una dieta con baja proporción de agua tienen casi asegurado el mal funcionamiento de su organismo. Como dice el doctor Alexander Bryce en Las leyes de la vida y la salud:
Cuando el aporte de líquido es insuficiente, la sangre tiene un peso específico más alto y los productos tóxicos de desecho del metabolismo celular se evacúan de manera imperfecta. Por tanto, el organismo se intoxica con sus propias excreciones, como si dijéramos, y no sería muy inexacto decir que ello ocurre porque no se ha asimilado líquido suficiente para disolver esas materias perjudiciales que las células mismas fabrican.
Por medio de la dieta, usted debe ayudar a su cuerpo en ese proceso de limpieza, en vez de sobrecargarlo de alimentos indigestos. La acumulación de productos de desecho abre el camino a las enfermedades. Una manera de lograr que el torrente sanguíneo y el organismo se libren de desechos y toxinas es reducir la ingesta de alimentos (y de otras cosas que no son alimentos) que sobrecargan los órganos encargados de la eliminación. La otra manera consiste en suministrar agua suficiente para que el sistema pueda diluir más fácilmente dichos productos y así eliminarlos. El doctor Bryce prosigue:
Los químicos no conocen ningún líquido capaz de diluir tantos sólidos distintos como el agua, que es, en efecto, el mejor disolvente que existe. Por tanto, basta con aportar un volumen suficiente de ella para estimular todo el proceso de la nutrición, ya que el efecto paralizante de los desechos tóxicos se elimina al disolverlos y posteriormente excretarlos a través de los ríñones, la piel, el intestino y los pulmones. Si, por el contrario, se permite que estas toxinas se acumulen en el cuerpo, se fomentan dolencias de todas clases.
¿Por qué son las enfermedades del corazón la principal causa de mortalidad? ¿A qué se debe que hombres de cuarenta años doblen las rodillas y caigan muertos en medio de una pista de tenis? Uno de los motivos puede ser el que se hayan pasado toda la vida intoxicándose a sí mismos. Recuerde que su calidad de la vida depende de la calidad de vida celular. Si la circulación sanguínea va cargada de productos de desecho, la vida celular se desarrolla en un ambiente nada favorable; no es ésa la bioquímica sobre la cual un individuo debería fundamentar una vida emocional equilibrada.
Para demostrar estas teorías, el doctor Alexis Carrel, galardonado con el premio Nobel en 1912 y entonces miembro del Instituto Rockefeller, preparó un cultivo de células de gallina (que normalmente viven unos once años, en promedio) y las mantuvo vivas por tiempo indefinido mediante el sencillo procedimiento de ir retirando los productos de desecho y aportando los nutrientes que necesitaban. Así estuvieron durante treinta y cuatro años, hasta que por fin el Instituto Rockefeller se convenció de que podían continuar vivas eternamente y decidió poner fin al experimento.
¿Qué tanto por ciento de la dieta de usted consta de alimentos ricos en agua? Si hiciera una lista de todo lo que comió la semana pasada, ¿qué porcentaje correspondería a los alimentos abundantes en agua? ¿El setenta por ciento? Lo dudo. ¿El cincuenta? ¿El veinticinco? ¿El quince? Cuando planteo esta pregunta en mis cursillos, por lo general resulta que la mayoría de las personas comen entre un quince y un veinte por ciento de alimentos abundantes en agua, e incluso esa proporción es superior a la media de la población en general. Permítame decirle una cosa: el quince por ciento equivale al suicidio. Si no lo cree, repase las estadísticas del cáncer y de las enfermedades del corazón; entérese luego de cuáles son los alimentos recomendados por los organismos especializados en temas de salud, y de cuál es el contenido en agua de dichos alimentos.
Cuando contemplamos la naturaleza, vemos que los animales más grandes y fuertes son los herbívoros. El gorila, el elefante, el rinoceronte y demás por el estilo comen sólo alimentos ricos en agua. Los herbívoros viven más años que los carnívoros. Consideremos el buitre. ¿Por qué será tan feo? Él no come alimentos ricos en agua. Si no comiera usted nada más que cosas amojamadas y muertas, imagine cuál sería su aspecto. Esto es broma, pero sólo a medias. Ningún edificio puede ser más sólido y bello que la suma de sus partes. Lo mismo ocurre con el organismo. El sentido común dicta que es preciso comer alimentos frescos y ricos en agua para sentirse plenamente vivo. Así de sencillo. Ahora bien, ¿cómo puede uno estar seguro de que su dieta consta de alimentos ricos en agua en un 70 por ciento? Muy fácil. A partir de hoy, tome una ensalada en todas las comidas. Que el postre conste exclusivamente de fruta, y prescinda de dulces y caramelos. Notará la diferencia cuando vea que su cuerpo funciona con más eficacia y usted se sienta tan estupendo como es en realidad.
La tercera clave para la salud vital es el principio de la combinación eficaz de los alimentos. Hace poco, un médico llamado Steven Smith celebró su centésimo cumpleaños. Cuando se le preguntó qué régimen seguía para haber alcanzado una edad tan avanzada, contestó: «Cuide su estómago durante los primeros cincuenta años, que él cuidará de usted durante los cincuenta siguientes». Nunca se ha dicho mayor verdad.
Muchos grandes sabios han estudiado la combinación de alimentos. El más conocido de ellos es el doctor Herbert Shelton. Pero ¿sabe usted quién fue el primer científico que la investigó a fondo? Pues nada menos que el gran Iván Pavlov, más conocido por sus revolucionarios trabajos sobre el arco reflejo de estímulo-respuesta. Algunos hacen que la combinación de alimentos parezca una cosa terriblemente complicada, pero en realidad es bastante sencilla: ciertos alimentos no deben comerse junto con otros. Los diferentes tipos de alimentos requieren una composición diferente de los jugos digestivos, y se producen casos de incompatibilidad.
¿Suele usted comer la carne con patatas, por ejemplo? ¿O el queso con pan, o la leche con cereales, o el pescado con arroz? ¿Qué le parecería si yo le dijera que estas combinaciones son totalmente destructivas para su sistema interno y le roban energía? Probablemente pensará que todo lo dicho antes parece bastante sensato, pero que en este punto he perdido el norte.
Permita que le explique por qué son destructivas esas combinaciones y cómo puede usted ahorrar grandes cantidades de energía que tal vez haya desperdiciado hasta ahora. Los diferentes tipos de alimentos se digieren de diferentes maneras. Los alimentos ricos en almidón (el arroz, el pan, las patatas, etcétera) requieren un medio digestivo alcalino; el mismo se encuentra ya en la boca gracias a una diastasa llamada ptialina. Los alimentos proteínicos (la carne, la leche y sus derivados, los frutos secos, las semillas) necesitan para su digestión un medio ácido: pepsina y ácido clorhídrico.
Ahora bien, la química dice que dos medios contrarios (el ácido y el alcalino) no pueden subsistir al mismo tiempo, ya que se neutralizan entre sí. Si se ingiere una proteína junto con un almidón, la digestión resulta perjudicada o se paraliza por completo. Los alimentos sin digerir se convierten en terreno de cultivo para las bacterias, que producen su fermentación y descomposición, lo cual se manifiesta en forma de desórdenes digestivos y gases.
Las combinaciones incompatibles nos roban energía, y todo lo que produce una pérdida de energía lleva posiblemente a una enfermedad. Se crea un exceso de ácidos, lo cual espesa la sangre y dificulta la circulación, privando de oxígeno al organismo. ¿Recuerda usted la resaca que tuvo después de aquella comilona de Navidad? ¿Le parece que eso es positivo para una buena salud, una circulación sana y una fisiología llena de energía? ¿Son ésos los resultados que desea obtener en su vida? ¿Sabe cuál es el fármaco más recetado en los Estados Unidos? En otros tiempos era un tranquilizante, el Valium; en la actualidad es el Tagamet, un medicamento para la úlcera de estómago. Sin duda deben existir maneras más sensatas de comer. Pues bien, la combinación de alimentos se reduce a eso.
He aquí una manera muy sencilla de programarla: en cada comida, tome sólo un alimento concentrado. ¿Cuáles son los alimentos concentrados? Todos los que tienen escaso contenido en agua. La cecina, por ejemplo, es un concentrado, mientras que la sandía es abundante en agua. Algunos no quieren limitar sus hábitos de comer concentrados: a ésos les diré lo que deben hacer como mínimo, que es no tomar carbohidratos (almidones) y proteínas en la misma comida. No coma esa carne con patatas. Si le parece que no puede prescindir de ninguna de las dos cosas, tome lo uno durante el almuerzo y lo otro durante la cena. Eso no es tan difícil, ¿verdad? Uno puede entrar en el mejor restaurante del mundo y decir: «Tomaré el bistec sin patatas fritas, y póngame una ensalada variada y algo de verdura hervida». En esto no hay ningún problema: las proteínas pueden combinarse con la ensalada y la verdura, porque éstos son alimentos ricos en agua. También podría pedir las patatas con la verdura y la ensalada, pero sin el bistec. Nadie dirá que se queda con hambre después de una cena así.
¿Se levanta usted cansado por las mañanas, incluso después de haber dormido seis, siete y hasta ocho horas? ¿Sabe por qué? Mientras usted duerme, su organismo hace horas extraordinarias para acabar de digerir las combinaciones incompatibles que usted ha embutido en el estómago. Para muchas personas, la digestión consume más energías que casi todo lo demás. Cuando la combinación de alimentos presente en el aparato digestivo es inapropiada, quizá se necesiten ocho, diez, doce, catorce o incluso más horas para digerirla, en cambio, si se combinan adecuadamente los alimentos el organismo puede realizar su trabajo con más eficacia y la digestión dura unas tres o cuatro horas en promedio, de manera que no se desperdician energías en el proceso.
Una buena fuente de información que trata de manera exhaustiva el tema de la combinación de alimentos es La combinación de alimentos: ¡pero si es muy fácil!, del doctor Herbert Shelton. También es una guía excelente el libro de Harvey y Marilyn Diamond En forma para la vida, que contiene abundantes recetas convenientemente combinadas. Para una información inmediata, vea el diagrama de combinación de alimentos incluido más adelante. Es muy fácil seguir estos principios en las comidas.
* Después de ingerir una comida bien combinada, es preciso aguardar tres horas y media por lo menos antes de consumir ningún otro alimento. También conviene tener en cuenta que beber líquidos durante las comidas diluye los jugos digestivos y hace más lenta la digestión.
Pasemos a la clave número cuatro, que es la ley del consumo controlado. ¿Le gusta a usted comer? A mí también. ¿Quiere saber cómo podría comer más? Muy fácil: coma menos. De esta manera vivirá más años y comerá más en total.
Todas las investigaciones médicas demuestran lo mismo. La manera más segura de mejorar la longevidad de los animales consiste en reducirles la ración. Se ha hecho famoso el experimento realizado por el doctor Clive McCay en la Universidad de Cornell, en el que se tomaron unas ratas de laboratorio y se les redujo la alimentación a la mitad. Todavía más interesante es el experimento de validación efectuado por el doctor Edward J. Masaro en la Universidad de Texas, ya que utilizó tres grupos de ratones: a los del primero les dejaron comer tanto como quisieran; a un segundo grupo se le redujo la ración en un 60 por ciento; en cuanto a los del tercer grupo, comieron cuanto quisieron pero reduciéndose a la mitad la proporción de proteínas. ¿Quiere saber lo que pasó? Después de 810 días sólo quedaban con vida 13 ratones del primer grupo; del segundo, el que había visto reducida su ración en un 60 por ciento, sobrevivió un 97 por ciento; del tercero, que comió cuanto quiso pero rebajando a la mitad el consumo de proteínas, aún vivía el 50 por ciento.
¿Qué mensaje encierra esto para nosotros? La conclusión del doctor Ray Walford, prestigioso investigador de la Universidad de California en Los Ángeles, es ésta:
Hasta la fecha, la subnutrición es el único método conocido para retrasar con gran probabilidad el proceso de envejecimiento y prolongar la longevidad de los animales de sangre caliente. Estos estudios indudablemente son aplicables al
ser humano, ya que se han confirmado en todas las especies estudiadas hasta la fecha.
Estos trabajos demostraron que el deterioro fisiológico, incluyendo el deterioro normal del sistema inmunológico, se retrasaba considerablemente gracias a la restricción de la ración alimentaria. Por tanto, el mensaje es claro y sencillo: coma menos y vivirá más. Igual que a usted, a mí me gusta comer. Puede ser un buen pasatiempo. Pero asegúrese de que su pasatiempo no esté matándole. Si desea comer grandes cantidades de alimentos, puede hacerlo. Pero que sean alimentos ricos en agua. Uno puede comer una cantidad de ensalada mucho mayor que de carne, y seguir vibrante de vitalidad y salud.
La quinta clave del programa de salud vital es el principio del consumo eficaz de fruta. La fruta es el alimento más perfecto, el que consume menos energía durante la digestión y el que, a cambio, beneficia más al organismo. El único nutriente que consume el funcionamiento del cerebro es la glucosa. La fruta contiene principalmente fructosa (que se convierte fácilmente en glucosa) y un 90 a 95 por ciento de agua, por lo general, lo cual significa que limpia y alimenta al mismo tiempo. Objetivo primordial.
La única dificultad con la fruta es que la mayoría de las personas no saben cómo tomarla de manera que el organismo aproveche al máximo sus nutrientes. La fruta siempre debe comerse en ayunas. ¿Por qué? El motivo es que la fruta no se digiere primariamente en el estómago, sino en el intestino delgado. Conviene que pase por el estómago en cuestión de minutos, al efecto de librar sus azúcares cuanto antes en el intestino. Pero si el estómago contiene carne o féculas, la fruta queda atrapada allí y empieza a fermentar. Es lo que ocurre cuando uno toma fruta como postre después de una gran comida, que queda una sensación desagradable para todo el resto del día. Para tomarla correctamente, la fruta debe ingerirse siempre en ayunas.
La mejor fruta es la fresca, o el jugo recién exprimido. No es aconsejable tomar jugos en conserva, bien sean de lata o conservados en un recipiente de vidrio. ¿Por qué? Por lo general, el jugo se calienta durante el proceso de envasado y con ello adquiere una estructura química acida. ¿Quiere saber cuál es la mejor adquisición que puede hacer? ¡Cómprese una licuadora! ¿Tiene usted coche? Venda el coche y cómprese una licuadora, que le llevará mucho más lejos. ¡Hágalo ahora mismo! El jugo se toma en ayunas, igual que la fruta misma, y se digiere con tanta rapidez que sólo quince o veinte minutos después ya se puede hacer una comida normal.
No soy yo el único que lo asegura. El doctor William Castillo, director del famoso Departamento de Cardiología de Framington (Massachusetts), dice que la fruta es el mejor alimento que existe para evitar las enfermedades de corazón. Ello es debido a que la fruta contiene bioflavinas que evitan el espesamiento de la sangre y las adherencias en las arterias. Además, vigorizan los capilares, y ya se sabe que la rotura de los capilares es causa frecuente de hemorragias internas y ataques cardíacos.
Hace poco hablaba con un corredor de fondo que asistía a uno de los cursillos de salud promovidos por mí. Aunque se mantenía bastante incrédulo, aceptó que se incluyera la fruta, tomada oportunamente, en su dieta. ¿Sabe el lector lo que pasó? Pues que rebajó nueve minutos y medio de su tiempo en la maratón, redujo a la mitad el período de recuperación y se clasificó para la gran maratón de Boston por primera vez en su vida.
Para terminar, algo más acerca de la fruta, y que conviene recordar siempre. ¿Cómo comenzar el día? ¿De qué alimentos debe constar el desayuno? ¿Es correcto levantarse de la cama y atiborrar el organismo con grandes cantidades de comida cuya digestión va a tenernos atareados todo el día? Por supuesto que no.
Lo que se necesita es algo fácil de digerir, que suministre azúcares directamente utilizables por el organismo y que ayude a limpiar el cuerpo. Cuando se levante y a lo largo del día, mientras pueda soportarlo cómodamente, no tome nada más que fruta fresca o jugos recién exprimidos. Observe esta limitación hasta mediodía como mínimo. Cuanto más consiga resistir sin otro alimento en el cuerpo que la fruta, más horas tendrá el organismo para limpiarse. Cuando haya aprendido a prescindir del café y demás basuras con que suele intoxicar su organismo desde el principio de la jornada, notará un caudal nuevo de vitalidad y de energía, que actualmente no puede ni sospechar. Haga la prueba durante diez días, y ya lo verá.
La sexta clave para la salud vital es acabar con el mito de las proteínas. Dice la voz popular que basta repetir algo muy a menudo y chillando mucho para que no falte quien lo crea, aunque sea la mayor mentira del mundo. ¿No es cierto? Pues bien venidos al maravilloso mundo de las proteínas. Nunca se dijo mentira más grande que ésa de que el ser humano necesita una dieta fuerte en proteínas para conservar la salud y un bienestar óptimo.
Usted ya sabe, sin duda, si toma pocas o muchas proteínas, a diferencia de lo que ocurre con otros nutrientes. ¿Cómo es eso? Algunos creen que las necesitan para aumentar su resistencia física; otros, para disponer de más energía; otros están convencidos de que refuerzan los huesos. En cada uno de estos tres casos, el efecto de un exceso de proteínas es exactamente el contrario.
Vamos a buscar un criterio acerca de cuántas proteínas necesita verdaderamente el ser humano. ¿Cuándo tenemos más necesidad de proteínas? Sin duda, durante la infancia. La madre Naturaleza suministra un alimento, la leche materna, que le proporciona al niño todo lo que le hace falta. A ver si adivina cuántas proteínas contiene la leche materna. ¿Un 50, un 25, un 10 por ciento? Demasiado. En la leche de la madre, el recién nacido encuentra un 2,38 por ciento de proteínas, que se reduce a un 1,2-1,6 por ciento seis meses más tarde. Eso es todo. Así que, ¿de dónde ha salido la idea de que el organismo humano necesita grandes cantidades de proteínas?
En realidad, nadie sabe exactamente cuántas proteínas necesitamos. Tras diez años de estudios sobre las necesidades proteínicas del hombre, el doctor Mark Hegstead, que fue profesor de dietética en la Facultad de Medicina de Harvard, confirma que, por lo visto, los humanos se adaptan a cualquier nivel de proteínas que contengan los alimentos a su alcance. Otros especialistas, como Francés Lappé, autora de Dieta para un planeta pequeño, que durante casi una década ha promovido la idea de combinar alimentos vegetales para obtener todos los aminoácidos esenciales, reconocen ahora que estaban equivocados, que el ser humano no necesita combinar proteínas y que cualquier dieta vegetariana suficientemente equilibrada basta para suministrar todas las que hacen falta. La Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos dice que el adulto norteamericano necesita 56 gramos de proteínas al día. En un estudio hecho por la Unión Internacional de las Ciencias de la Nutrición hallamos que el adulto humano de cualquier país tiene unas necesidades proteínicas comprendidas entre 39 y 110 gramos al día. De manera que, ¿quién lo sabe realmente? ¿Para qué necesitamos todas esas proteínas? Es de suponer que para reponer pérdidas. Pero la cantidad que se pierde diariamente a través de las funciones excretora y respiratoria es muy pequeña, de manera que ¿de dónde han sacado esas cifras?
Nos hemos puesto en comunicación con la Academia Nacional de Ciencias y les hemos preguntado cómo calcularon esa cifra de 56 gramos. En realidad, las publicaciones de esa institución dicen que sólo necesitamos 30 gramos, pero recomiendan 56. Ahora también afirman que un exceso de proteínas supone un sobreesfuerzo para el aparato urinario y produce fatiga. Entonces, ¿por qué recomiendan más de las que, según calculan ellos mismos, se necesitan? Todavía estamos esperando una contestación convincente, ya que, según nos aseguraron, antes recomendaban hasta 80 gramos y hubo grandes protestas públicas cuando decidieron rebajar la cifra. Protestas, ¿por parte de quién? ¿Fue usted quien llamó para quejarse? ¿Fui yo? Ni lo uno ni lo otro. Los que protestaron fueron los intereses creados, los que se ganan la vida vendiendo alimentos y productos de elevado contenido en proteínas.
¿Cuál es la mejor idea de ventas que pueda concebirse en el mundo? Creo que la de convencer a los usuarios de que su vida peligra si no usan nuestro producto. Eso fue, precisamente, lo que ocurrió con las proteínas. Vamos a analizar detenidamente esa idea. Veamos en primer lugar eso de que suministran energía. ¿De dónde saca su energía el organismo? En primer lugar, de la glucosa que extrae de las frutas, las verduras y las legumbres. Luego se consume el almidón de las féculas, y luego las grasas. Las proteínas no intervienen para nada en el consumo energético. Así que adiós a esa parte del mito. ¿Y aquello de que las proteínas sirven para adquirir resistencia física? Un error. El exceso de proteínas le suministra al cuerpo un exceso de nitrógeno, lo cual produce la fatiga. Los adeptos del culturismo, que se atiborran de proteínas, no destacan precisamente por su fondo físico. Se fatigan en seguida. En cuanto a que las proteínas refuercen los huesos, conviene subrayar que se ha establecido una relación entre el consumo excesivo de proteínas y la osteoporosis, es decir el reblandecimiento y debilitamiento de los huesos. En todo el mundo son los vegetarianos quienes tienen los huesos más fuertes.
Podrían citarse miles de razones por las cuales el consumo de carne, como principal fuente de proteínas, es una de las peores equivocaciones en que se pueda caer. Por ejemplo, uno de los subproductos de la asimilación de las proteínas es el amoníaco. Centrémonos en dos puntos en particular. El primero, que la carne contiene niveles elevados de ácido úrico. El ácido úrico es uno de los productos de desecho resultantes de la actividad celular y que el organismo debe eliminar. Los riñones extraen el ácido úrico del torrente sanguíneo y lo envían a la vejiga como componente de la orina. Si no se eliminase de la sangre el ácido úrico, el exceso se acumularía en los tejidos del organismo produciendo la gota o los cálculos de la vejiga (por no hablar de lo que puede pasarles a los riñones mismos). Los enfermos de leucemia suelen presentar niveles muy altos de ácido úrico en la sangre. Una ración normal de carne contiene un gramo de ácido úrico. El organismo no puede eliminar más de unos setecientos miligramos de ácido úrico al día. Por otra parte, ¿sabe usted qué es lo que le da el sabor a la carne? Pues el ácido úrico de ese animal muerto que está usted consumiendo. Si no lo cree, pruebe a comer carne kosher (de reses sacrificadas con arreglo al rito judío) sin los condimentos que se le añaden habitualmente: al desangrar la carne se elimina la mayor parte del ácido úrico y la carne queda insípida. ¿De veras quiere atiborrar su organismo con el ácido que normalmente los animales eliminan a través de la orina?
En la carne, además, proliferan las bacterias de la putrefacción. Por si no supiera usted cuáles son esas bacterias, se trata de los gérmenes que habitan en el colon. Como explica el doctor Jay Milton Hoffman en su libro El eslabón perdido de la carrera médica: la química de los alimentos en su relación con la química del organismo:
Mientras dura la vida del animal, los procesos osmóticos del colon evitan que las bacterias de la putrefacción invadan el organismo. Pero cuando el animal muere, el proceso osmótico cesa y las bacterias de la putrefacción atraviesan las paredes del colon invadiendo la carne, que así se pone en sazón.
Como ya sabe usted, la carne ha de ponerse tierna; pues bien, lo que la pone en sazón son precisamente esos gérmenes. Otros expertos han dicho sobre este tema:
Las bacterias de la carne son de carácter idéntico a las que habitan en el estiércol; en realidad, abundan más en algunas carnes que en el estiércol fresco. Todas las carnes se infectan con tales gérmenes durante las operaciones de la matanza, y éstos proliferan tanto más cuanto más tiempo permanezca almacenada la carne.*
¿De veras le apetece comer eso?
Si realmente no puede prescindir de la carne, le aconsejo que tome las precauciones siguientes. En primer lugar, que el producto proceda de reses criadas en pastos naturales, no con piensos a los que se añaden hormonas para el crecimiento. En segundo lugar, que limite drásticamente el consumo. Redúzcalo a una sola vez al día.
Con esto no digo que sólo con abstenerse de comer carne vaya a tener garantizada la salud, ni tampoco que no pueda estar sano mientras coma carne. Ni lo uno ni lo otro sería cierto. Muchos carnívoros tienen más salud que algunos vegetarianos, sencillamente porque estos últimos tienden a creer que, como no comen carne, pueden tragar cualquier cosa que se les antoje. Y eso tampoco lo recomiendo, naturalmente.
Sin embargo, le conviene saber que podría vivir más sano y feliz que hasta hoy, simplemente absteniéndose de devorar la carne y la piel de otros seres vivos. ¿Sabe en qué coincidieron Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Leonardo da Vinci, Isaac Newton, Voltaire, Henry David Thoreau, George Bernard Shaw, Benjamin Franklin, Thomas Edison, el doctor Albert Schweitzer y Mahatma Gandhi? Todos ellos fueron vegetarianos. No es mal grupo de ejemplos para «modelar», ¿verdad?
¿Son mejores los productos de granja? En algunos aspectos, resultan incluso peores. La leche de cada especie animal contiene, correctamente equilibrados, los elementos que convienen a esa especie en particular. Beber la leche de otros animales, incluso la de la vaca, puede originar muchos problemas. La leche de vaca contiene, por ejemplo, poderosas hormonas de crecimiento, ya que el ternero, que pesa 40 kilos al nacer, ha de convertirse en un animal adulto que pesará 450 kilos sólo dos años después. En comparación, el humano recién nacido con 3 o 3,5 kilos no alcanza la madurez física y el peso definitivo —digamos entre 50 y 90 kilos— hasta veintiún años más tarde. Hay una gran controversia sobre los efectos de ese hábito en nuestra población. Según el doctor William Ellis, gran autoridad en productos de granja y sus efectos sobre la circulación sanguínea, no hay nada como beber leche para contraer alergias y taponar el sistema. El motivo es que pocos adultos pueden metabolizar adecuadamente las proteínas que contiene la leche de vaca. La principal de ellas es la caseína, necesaria para el buen metabolismo del ganado vacuno. Pero no les hace ninguna falta a los seres humanos. Según sus investigaciones, tanto los niños como los adultos digieren la caseína con gran dificultad; en los niños, al menos, un 50 por ciento de la caseína no se digiere. Las proteínas parcialmente digeridas pasan a menudo al torrente sanguíneo e irritan los tejidos, provocando la susceptibilidad a los alérgenos. Por último, el hígado se encarga de eliminar esas proteínas de vaca parcialmente digeridas, lo que quiere decir que todo el sistema excretor funciona innecesariamente sobrecargado, y el hígado en particular aún más. En cambio, la lactalbúmina, que es la principal proteína de la leche humana, la digieren fácilmente las personas. En cuanto al consumo de leche por el calcio que contiene, Ellis afirma que después de realizar más de 25.000 análisis de sangre halló que los niveles más bajos de calcio correspondían a personas con la costumbre de tomar tres, cuatro o cinco vasos de leche al día.
Según Ellis, quien se preocupe por si asimila o no calcio suficiente debe tomar verdura en abundancia, manteca de sésamo o frutos secos, todo lo cual es muy abundante en calcio y lo presenta en una forma que facilita su incorporación. Por otra parte, conviene tener en cuenta que un exceso de calcio podría acumularse en los ríñones y dar lugar a la formación de cálculos renales. Por eso, y para mantener relativamente baja la concentración de dicho elemento en la sangre, el organismo elimina aproximadamente un 80 por ciento del calcio que ingerimos. No obstante, si nos preocupa mucho el calcio no es indispensable acudir a la leche. Los nabos, por ejemplo, a igualdad de peso contienen el doble de calcio que la leche. Según muchos entendidos, de todas maneras, en la mayor parte de los casos esa preocupación por el calcio es infundada.
¿Cuáles son los principales efectos de la leche en el organismo? Se convierte en una masa espesa, irritante, que se endurece en el intestino delgado y se adhiere por todas partes, obstruyéndolo, lo cual dificulta en gran manera el funcionamiento del organismo. ¿Y en cuanto al queso? No es más que leche concentrada; recordemos que se necesitan entre ocho y diez litros de leche para fabricar un kilo de queso. Su contenido graso, por sí solo sería un motivo suficiente para limitar el consumo. Si no puede prescindir del queso, limítese a echar un poco, cortado en dados, en una gran ensalada. La abundancia de alimentos ricos en agua contrarrestará un poco el atascamiento debido al queso. A algunos, eso de prescindir del queso les parecerá terrible. Adiós a la pizza, adiós al brie. ¿El yogur? Es igualmente nefasto. ¿El helado? No es cosa que le ayude a estar en su mejor forma. Pero no hace falta renunciar por completo a tan exquisitos sabores y sensaciones. Meta unos plátanos en el congelador y páselos luego por la batidora; obtendrá un postre de sabor y frescor totalmente idénticos a los del helado, pero más sano y nutritivo. ¿Y qué decir del requesón? ¿Sabe usted qué echan en el requesón la mayoría de las granjas como espesante? Pues yeso mate (sulfato cálcico). No es broma. En los Estados Unidos está admitido según las normas federales, excepto en el estado de California. ¿Puede usted imaginarse haciendo sacrificios para limpiar y despejar la circulación sanguínea... y llenársela luego de yeso?
¿Por qué no se han sabido antes esas cosas acerca de los productos de granja? Por muchos motivos, algunos de los cuales tienen que ver con la educación y con sistemas de creencias ya superados. También podría tener algo que ver el hecho de que estemos gastando (de que el Gobierno federal esté gastando) unos 2.500 millones de dólares al año en financiar los excedentes de productos lácteos. Más aún, según el New York Times (18 de noviembre de 1983), la última estrategia de la Administración consiste en una gran campaña pública de promoción de los lácteos para fomentar su consumo, aunque dicha campaña choque directamente con otras campañas institucionales para advertir contra los efectos perniciosos de un consumo excesivo de grasas. Los almacenes de la Administración están abarrotados actualmente con medio millón de toneladas de leche en polvo, 150.000 toneladas de mantequilla y 400.000 toneladas de queso. Quisiera hacer constar que esto no es una crítica contra la industria de los lácteos; creo que los granjeros figuran entre las personas más laboriosas de todo el mundo. Pero eso no significa que yo vaya a consumir sus productos si opino que no me ayudan a mantener mi mejor forma física.
En otros tiempos, mis hábitos solían ser los que quizá tenga usted ahora mismo. La pizza era mi plato favorito. Me creía incapaz de dejarlo. Pero como me encuentro mucho mejor desde que lo hice, ni en un millón de años será probable que vuelva a tomarla. La diferencia es tanta, que tratar de describirla sería como querer explicar el perfume de una rosa a quien no las haya olido jamás. Tal vez debería usted oler esa rosa antes de pronunciarse sobre la cuestión. Trate de suprimir la leche y limitar su consumo de los demás lácteos durante treinta días, y juzgue por los resultados que observe en su organismo.
En todo este libro mantengo el propósito de facilitarle informaciones para que usted las valore, para que decida cuáles pueden serle de utilidad y para que rechace las que le parezcan ineficaces. Ahora bien, ¿no vale la pena poner a prueba todos los principios antes de decidir sobre ellos? Ensaye los seis principios o claves de la salud vital. Ensáyelos durante los próximos veinte o treinta días, o durante toda la vida, y juzgue por sí mismo si producen niveles más altos de energía y una sensación de vitalidad que le ayudará en todo cuanto emprenda. No obstante, procede aquí una pequeña advertencia. Si comienza usted a respirar más eficazmente, de una manera que estimule sistema linfático, y si empieza a combinar correctamente los ingredientes de su alimentación y a ingerir alimentos con un 70 por ciento de agua, ¿qué puede ocurrir? ¿Recuerda lo que dice el doctor Bryce sobre el poder del agua? ¿Ha visto alguna vez un incendio en un edificio que tenga una sola salida de emergencia? Todo se precipita hacia la salida. Pasa lo mismo con nuestro organismo: usted empezará a eliminar las toxinas acumuladas durante años y su cuerpo lo hará con toda esa energía recién adquirida. Puede ocurrir que nuestra nariz empiece a segregar moco en exceso. ¿Significaría eso que hemos pillado un resfriado? En absoluto. El «constipado» lo hemos atrapado por comer. Nos hemos «constipado» por culpa de los largos años de hábitos alimenticios equivocados. En algunas personas, el súbito aumento de las toxinas eliminadas por los tejidos corporales puede causar un ligero dolor de cabeza. ¿Deben precipitarse a tomar aspirinas? ¡No! ¿Dónde queremos dejar las toxinas, dentro o fuera del organismo? ¿Dónde ha de quedar ese moco en exceso, en el pañuelo o en nuestros pulmones? Es el pequeño precio que hay que pagar por tantos años de malas costumbres alimenticias. En muchas personas, no obstante, tal reacción negativa no se producirá y aparecerá en seguida esa sensación de mayor vitalidad y bienestar.
Echemos una ojeada más detallada a los procesos corporales. La respiración no sirve únicamente para oxigenar las células, sino que asimismo controla el caudal del fluido linfático que contiene los glóbulos blancos protectores del organismo. ¿Qué es el sistema linfático? Algunos lo describen como la canalización de drenaje del cuerpo. Todas las células están rodeadas de linfa, líquido del cual nuestro organismo contiene cuatro veces más que sangre. He aquí cómo funciona dicho sistema: la sangre impulsada por el corazón recorre las arterias hasta llegar a los vasos más finos y porosos, los capilares. La sangre lleva hasta éstos el oxígeno y los nutrientes, que se difunden luego en el líquido linfático que rodea las células. Como éstas tienen una especie de inteligencia o afinidad hacia lo que necesitan, toman el oxígeno y los nutrientes necesarios para su buen funcionamiento y luego expulsan las toxinas, parte de las cuales retorna a los capilares. Pero la mayor parte de las células muertas, las proteínas de la sangre y otros materiales tóxicos han de ser evacuados por el sistema linfático, y éste es activado por la respiración profunda.
Las células del cuerpo necesitan del sistema linfático, ya que sólo éste permite drenar los importantes volúmenes de toxinas y desechos del metabolismo que impiden la oxigenación. La linfa pasa por los ganglios, donde las células muertas y todos los demás productos tóxicos, excepto las proteínas de la sangre, son neutralizados y destruidos. La importancia del sistema linfático es tal, que si se paralizase el mismo durante veinticuatro horas, el ser humano moriría a consecuencia de la retención de proteínas y de la acumulación de fluido alrededor de las células.
El torrente sanguíneo funciona con la ayuda de una bomba, que es el corazón. En cambio, el sistema linfático no cuenta con nada parecido. La linfa sólo se desplaza gracias a la respiración profunda y al movimiento muscular. De manera que si quiere usted gozar de una circulación sana y de unos sistemas linfático e inmunitario eficaces, debe respirar profundamente y realizar los movimientos adecuados para estimarlos. Desconfíe de todo «programa de salud» que no empiece por enseñar, ante todo, cómo depurar el organismo mediante una respiración eficaz.
El doctor Jack Shields, prestigioso especialista en linfología de Santa Bárbara (California), ha realizado recientemente un estudio muy interesante sobre el sistema inmunológico. Se instalaron cámaras en el interior de los sujetos experimentales para observar los factores que estimulan la depuración del sistema linfático. Descubrió que la manera más eficaz para ello es una respiración profunda, diafragmática, ya que la misma crea como un vacío que aspira la linfa y multiplica la velocidad de eliminación de las toxinas. En efecto, la respiración profunda y el ejercicio pueden multiplicar dicha velocidad hasta quince veces.
Aunque el lector sólo sacase en limpio de este capítulo la importancia de la respiración profunda, ello bastaría para elevar espectacularmente el nivel de salud de su organismo. Ahora ya sabe por qué algunos sistemas como el yoga conceden tanto valor a una respiración correcta. No hay nada mejor para depurar el organismo.
No se necesita demasiado sentido común para comprender que el oxígeno es el más esencial de todos los elementos necesarios para la buena salud. Sin embargo, interesa comprender hasta qué punto es importante. El doctor Otto Warburg, galardonado con el premio Nobel y director del Instituto Max Planck de Fisiología Celular, estudió los efectos del oxígeno sobre las células. En sus experimentos logró convertir células normales y sanas en malignas por el sencillo procedimiento de reducir la proporción de oxígeno aportada a las mismas. Estas investigaciones fueron corroboradas en los Estados Unidos por el doctor Harry Goldblatt. En el Journal of Experimental Medicine (1953), Goldblatt describió los experimentos realizados con una especie de ratas considerada especialmente inmune a las alteraciones malignas. Extrajo células de ratas recién nacidas y las dividió en tres grupos. Las células de uno de estos grupos fueron traspasadas a un matraz y sometidas a la privación de oxígeno durante treinta minutos. Lo mismo que el doctor Warburg, Goldblatt descubrió que muchas de estas células morían al cabo de pocas semanas; otras presentaban una actividad muy disminuida, y aún otras manifestaban síntomas de degeneración precursores de una evolución maligna. Los otros dos grupos de células se mantuvieron en otros recipientes con un suministro constante de oxígeno a concentración atmosférica.
Al cabo de treinta días, el doctor Goldblatt inyectó las células de los tres grupos a otros tantos grupos de ratas. Al cabo de dos semanas, y una vez reabsorbidas las células por el organismo de los animales, los dos grupos de control no presentaron ningún síntoma anormal. En cambio, todas las ratas del tercer grupo —el que había recibido la inyección de células privadas de oxígeno— presentaban tumoraciones. De este ensayo se hizo un seguimiento durante un año, con el resultado de que las células malignas se confirmaron malignas y las normales continuaron normales.
¿Qué nos enseña esto? Los investigadores llegaron a la conclusión de que la falta de oxígeno desempeña un papel «oncógeno» (es decir, destructivo) importante. Indudablemente afecta a la calidad vital de las células. Ahora bien, hay que recordar que la calidad de vida de nuestras células equivale a la calidad de vida que percibimos nosotros. Es evidente que la plena oxigenación de nuestro sistema debería convertirse en nuestro interés principal; una respiración más eficaz es, sin duda alguna, lo primero.
La dificultad estriba en que la mayoría de las personas no saben respirar bien. Uno de cada tres norteamericanos enferma de cáncer. En cambio, entre los deportistas norteamericanos la proporción es de uno entre siete. ¿Por qué? Los estudios que citaba antes nos suministran un principio de explicación. Los atletas proporcionan a su circulación sanguínea una cantidad mayor del elemento más vital e importante, el oxígeno. Otra explicación sería que los atletas estimulan el sistema inmunológico de su organismo, ya que su actividad favorece la circulación linfática.
Permítame participarle la manera más eficaz de respirar para limpiar su sistema. Hay que mantener el ritmo siguiente: inspirar durante la cuenta de uno, retener durante la cuenta de cuatro, espirar durante la cuenta de dos. Es decir, si se toma aire durante cuatro segundos, se ha de contener el aliento durante dieciséis y exhalar el aire durante ocho. ¿Por qué la espiración debe durar el doble que la inspiración? Porque es la fase durante la cual se eliminan las toxinas por vía del sistema linfático. ¿Por qué contener la respiración durante cuatro períodos? Para oxigenar plenamente la sangre y activar el sistema linfático. Al respirar hay que empezar por la parte baja, en el abdomen, como una aspiradora que extraiga todas las toxinas de la circulación.
¿Suele usted tener mucha hambre después de hacer ejercicio? ¿Le apetece sentarse y comerse un gran bistec después de haber corrido cinco kilómetros? Sabemos que, de hecho, no sucede así. ¿Por qué? Porque una respiración sana le ha proporcionado ya al organismo lo que más necesitaba. De manera que ésta es nuestra primera llave de acceso a una vida sana. Tómese tiempo tres veces todos los días para realizar cada vez diez respiraciones profundas a la cadencia descrita en las líneas anteriores. ¿Repetimos esa cadencia? Un tiempo de inspiración, cuatro tiempos de retención, dos tiempos de espiración. Por ejemplo, inspire hondo, con el abdomen, a través de la nariz y contando hasta siete (la cifra puede ser más grande o más pequeña, según su capacidad). Retenga el aliento durante un período cuatro veces más largo, o sea hasta llegar a la cuenta de veintiocho. Espire luego, poco a poco y por la boca, hasta contar dos veces el tiempo de inspiración, es decir hasta catorce. El ritmo nunca debe ser forzado; usted mismo verá cómo aumentan las cifras a medida que se desarrolla su capacidad pulmonar. Practique esas diez respiraciones profundas tres veces al día y experimentará una mejora sensacional de su salud. No hay en el mundo regímenes ni pastillas de vitaminas que puedan beneficiarle tanto como un hábito respiratorio excelente.
El otro elemento esencial para una respiración saludable es la práctica diaria de ejercicios aeróbicos. Es bueno correr, aunque un poco fatigante. Es excelente nadar. Sin embargo, uno de los mejores ejercicios aeróbicos que pueden practicarse en cualquier estación es la cama elástica, aparato no muy costoso y que apenas presenta peligro de sobreesfuerzo o estrés.
Es importante que la sesión de saltos se lleve a cabo sin una fatiga excesiva; puede ir prolongándose gradualmente hasta llegar a la media hora diaria sin cansancio, dolores ni estrés. Hay que adquirir fondo antes de abordar los ejercicios prolongados o difíciles. Con un entrenamiento correcto la respiración gana en profundidad y el organismo se vigoriza. Existen muchos libros sobre el arte de la cama elástica, que explican cómo ésta tonifica todos los órganos corporales. Le aconsejo que se tome el tiempo para dedicarse a este ejercicio vivificante. Tendrá ocasión de alegrarse de haberlo hecho.
La segunda clave consiste en comer alimentos abundantes en agua. El 70 por ciento de la superficie de nuestro planeta está cubierta de agua. El 80 por ciento de nuestro organismo está constituido por agua. ¿Qué le parece que debería contener su dieta principalmente? Convendría controlar que su dieta esté formada por un 70 por ciento de alimentos ricos en agua. Es decir, fruta fresca o verduras, o jugos de lo uno o lo otro recién exprimidos.
Algunos recomiendan beber de ocho a doce vasos de agua diarios para «drenar el sistema». ¿Sabía usted que eso es una barbaridad? En primer lugar, el agua que bebemos no vale gran cosa. La que bebe usted seguramente contiene cloro, flúor, minerales diversos y otras sustancias tóxicas. Mejor sería beber agua destilada. Pero, cualquiera que sea el tipo de agua que beba usted, el sistema no se limpia inundándolo. La cantidad de agua que uno bebe debe dictarla su sed.
En vez de inundar su sistema para tratar de purificarlo, basta comer alimentos naturalmente abundantes en agua. Sólo hay tres clases de alimentos de esa clase en el mundo: la fruta, la verdura y las legumbres. Ellas le suministrarán agua en abundancia, esa sustancia vivificante y purificadora. Las personas que siguen una dieta con baja proporción de agua tienen casi asegurado el mal funcionamiento de su organismo. Como dice el doctor Alexander Bryce en Las leyes de la vida y la salud:
Cuando el aporte de líquido es insuficiente, la sangre tiene un peso específico más alto y los productos tóxicos de desecho del metabolismo celular se evacúan de manera imperfecta. Por tanto, el organismo se intoxica con sus propias excreciones, como si dijéramos, y no sería muy inexacto decir que ello ocurre porque no se ha asimilado líquido suficiente para disolver esas materias perjudiciales que las células mismas fabrican.
Por medio de la dieta, usted debe ayudar a su cuerpo en ese proceso de limpieza, en vez de sobrecargarlo de alimentos indigestos. La acumulación de productos de desecho abre el camino a las enfermedades. Una manera de lograr que el torrente sanguíneo y el organismo se libren de desechos y toxinas es reducir la ingesta de alimentos (y de otras cosas que no son alimentos) que sobrecargan los órganos encargados de la eliminación. La otra manera consiste en suministrar agua suficiente para que el sistema pueda diluir más fácilmente dichos productos y así eliminarlos. El doctor Bryce prosigue:
Los químicos no conocen ningún líquido capaz de diluir tantos sólidos distintos como el agua, que es, en efecto, el mejor disolvente que existe. Por tanto, basta con aportar un volumen suficiente de ella para estimular todo el proceso de la nutrición, ya que el efecto paralizante de los desechos tóxicos se elimina al disolverlos y posteriormente excretarlos a través de los ríñones, la piel, el intestino y los pulmones. Si, por el contrario, se permite que estas toxinas se acumulen en el cuerpo, se fomentan dolencias de todas clases.
¿Por qué son las enfermedades del corazón la principal causa de mortalidad? ¿A qué se debe que hombres de cuarenta años doblen las rodillas y caigan muertos en medio de una pista de tenis? Uno de los motivos puede ser el que se hayan pasado toda la vida intoxicándose a sí mismos. Recuerde que su calidad de la vida depende de la calidad de vida celular. Si la circulación sanguínea va cargada de productos de desecho, la vida celular se desarrolla en un ambiente nada favorable; no es ésa la bioquímica sobre la cual un individuo debería fundamentar una vida emocional equilibrada.
Para demostrar estas teorías, el doctor Alexis Carrel, galardonado con el premio Nobel en 1912 y entonces miembro del Instituto Rockefeller, preparó un cultivo de células de gallina (que normalmente viven unos once años, en promedio) y las mantuvo vivas por tiempo indefinido mediante el sencillo procedimiento de ir retirando los productos de desecho y aportando los nutrientes que necesitaban. Así estuvieron durante treinta y cuatro años, hasta que por fin el Instituto Rockefeller se convenció de que podían continuar vivas eternamente y decidió poner fin al experimento.
¿Qué tanto por ciento de la dieta de usted consta de alimentos ricos en agua? Si hiciera una lista de todo lo que comió la semana pasada, ¿qué porcentaje correspondería a los alimentos abundantes en agua? ¿El setenta por ciento? Lo dudo. ¿El cincuenta? ¿El veinticinco? ¿El quince? Cuando planteo esta pregunta en mis cursillos, por lo general resulta que la mayoría de las personas comen entre un quince y un veinte por ciento de alimentos abundantes en agua, e incluso esa proporción es superior a la media de la población en general. Permítame decirle una cosa: el quince por ciento equivale al suicidio. Si no lo cree, repase las estadísticas del cáncer y de las enfermedades del corazón; entérese luego de cuáles son los alimentos recomendados por los organismos especializados en temas de salud, y de cuál es el contenido en agua de dichos alimentos.
Cuando contemplamos la naturaleza, vemos que los animales más grandes y fuertes son los herbívoros. El gorila, el elefante, el rinoceronte y demás por el estilo comen sólo alimentos ricos en agua. Los herbívoros viven más años que los carnívoros. Consideremos el buitre. ¿Por qué será tan feo? Él no come alimentos ricos en agua. Si no comiera usted nada más que cosas amojamadas y muertas, imagine cuál sería su aspecto. Esto es broma, pero sólo a medias. Ningún edificio puede ser más sólido y bello que la suma de sus partes. Lo mismo ocurre con el organismo. El sentido común dicta que es preciso comer alimentos frescos y ricos en agua para sentirse plenamente vivo. Así de sencillo. Ahora bien, ¿cómo puede uno estar seguro de que su dieta consta de alimentos ricos en agua en un 70 por ciento? Muy fácil. A partir de hoy, tome una ensalada en todas las comidas. Que el postre conste exclusivamente de fruta, y prescinda de dulces y caramelos. Notará la diferencia cuando vea que su cuerpo funciona con más eficacia y usted se sienta tan estupendo como es en realidad.
La tercera clave para la salud vital es el principio de la combinación eficaz de los alimentos. Hace poco, un médico llamado Steven Smith celebró su centésimo cumpleaños. Cuando se le preguntó qué régimen seguía para haber alcanzado una edad tan avanzada, contestó: «Cuide su estómago durante los primeros cincuenta años, que él cuidará de usted durante los cincuenta siguientes». Nunca se ha dicho mayor verdad.
Muchos grandes sabios han estudiado la combinación de alimentos. El más conocido de ellos es el doctor Herbert Shelton. Pero ¿sabe usted quién fue el primer científico que la investigó a fondo? Pues nada menos que el gran Iván Pavlov, más conocido por sus revolucionarios trabajos sobre el arco reflejo de estímulo-respuesta. Algunos hacen que la combinación de alimentos parezca una cosa terriblemente complicada, pero en realidad es bastante sencilla: ciertos alimentos no deben comerse junto con otros. Los diferentes tipos de alimentos requieren una composición diferente de los jugos digestivos, y se producen casos de incompatibilidad.
¿Suele usted comer la carne con patatas, por ejemplo? ¿O el queso con pan, o la leche con cereales, o el pescado con arroz? ¿Qué le parecería si yo le dijera que estas combinaciones son totalmente destructivas para su sistema interno y le roban energía? Probablemente pensará que todo lo dicho antes parece bastante sensato, pero que en este punto he perdido el norte.
Permita que le explique por qué son destructivas esas combinaciones y cómo puede usted ahorrar grandes cantidades de energía que tal vez haya desperdiciado hasta ahora. Los diferentes tipos de alimentos se digieren de diferentes maneras. Los alimentos ricos en almidón (el arroz, el pan, las patatas, etcétera) requieren un medio digestivo alcalino; el mismo se encuentra ya en la boca gracias a una diastasa llamada ptialina. Los alimentos proteínicos (la carne, la leche y sus derivados, los frutos secos, las semillas) necesitan para su digestión un medio ácido: pepsina y ácido clorhídrico.
Ahora bien, la química dice que dos medios contrarios (el ácido y el alcalino) no pueden subsistir al mismo tiempo, ya que se neutralizan entre sí. Si se ingiere una proteína junto con un almidón, la digestión resulta perjudicada o se paraliza por completo. Los alimentos sin digerir se convierten en terreno de cultivo para las bacterias, que producen su fermentación y descomposición, lo cual se manifiesta en forma de desórdenes digestivos y gases.
Las combinaciones incompatibles nos roban energía, y todo lo que produce una pérdida de energía lleva posiblemente a una enfermedad. Se crea un exceso de ácidos, lo cual espesa la sangre y dificulta la circulación, privando de oxígeno al organismo. ¿Recuerda usted la resaca que tuvo después de aquella comilona de Navidad? ¿Le parece que eso es positivo para una buena salud, una circulación sana y una fisiología llena de energía? ¿Son ésos los resultados que desea obtener en su vida? ¿Sabe cuál es el fármaco más recetado en los Estados Unidos? En otros tiempos era un tranquilizante, el Valium; en la actualidad es el Tagamet, un medicamento para la úlcera de estómago. Sin duda deben existir maneras más sensatas de comer. Pues bien, la combinación de alimentos se reduce a eso.
He aquí una manera muy sencilla de programarla: en cada comida, tome sólo un alimento concentrado. ¿Cuáles son los alimentos concentrados? Todos los que tienen escaso contenido en agua. La cecina, por ejemplo, es un concentrado, mientras que la sandía es abundante en agua. Algunos no quieren limitar sus hábitos de comer concentrados: a ésos les diré lo que deben hacer como mínimo, que es no tomar carbohidratos (almidones) y proteínas en la misma comida. No coma esa carne con patatas. Si le parece que no puede prescindir de ninguna de las dos cosas, tome lo uno durante el almuerzo y lo otro durante la cena. Eso no es tan difícil, ¿verdad? Uno puede entrar en el mejor restaurante del mundo y decir: «Tomaré el bistec sin patatas fritas, y póngame una ensalada variada y algo de verdura hervida». En esto no hay ningún problema: las proteínas pueden combinarse con la ensalada y la verdura, porque éstos son alimentos ricos en agua. También podría pedir las patatas con la verdura y la ensalada, pero sin el bistec. Nadie dirá que se queda con hambre después de una cena así.
¿Se levanta usted cansado por las mañanas, incluso después de haber dormido seis, siete y hasta ocho horas? ¿Sabe por qué? Mientras usted duerme, su organismo hace horas extraordinarias para acabar de digerir las combinaciones incompatibles que usted ha embutido en el estómago. Para muchas personas, la digestión consume más energías que casi todo lo demás. Cuando la combinación de alimentos presente en el aparato digestivo es inapropiada, quizá se necesiten ocho, diez, doce, catorce o incluso más horas para digerirla, en cambio, si se combinan adecuadamente los alimentos el organismo puede realizar su trabajo con más eficacia y la digestión dura unas tres o cuatro horas en promedio, de manera que no se desperdician energías en el proceso.
Una buena fuente de información que trata de manera exhaustiva el tema de la combinación de alimentos es La combinación de alimentos: ¡pero si es muy fácil!, del doctor Herbert Shelton. También es una guía excelente el libro de Harvey y Marilyn Diamond En forma para la vida, que contiene abundantes recetas convenientemente combinadas. Para una información inmediata, vea el diagrama de combinación de alimentos incluido más adelante. Es muy fácil seguir estos principios en las comidas.
* Después de ingerir una comida bien combinada, es preciso aguardar tres horas y media por lo menos antes de consumir ningún otro alimento. También conviene tener en cuenta que beber líquidos durante las comidas diluye los jugos digestivos y hace más lenta la digestión.
Pasemos a la clave número cuatro, que es la ley del consumo controlado. ¿Le gusta a usted comer? A mí también. ¿Quiere saber cómo podría comer más? Muy fácil: coma menos. De esta manera vivirá más años y comerá más en total.
Todas las investigaciones médicas demuestran lo mismo. La manera más segura de mejorar la longevidad de los animales consiste en reducirles la ración. Se ha hecho famoso el experimento realizado por el doctor Clive McCay en la Universidad de Cornell, en el que se tomaron unas ratas de laboratorio y se les redujo la alimentación a la mitad. Todavía más interesante es el experimento de validación efectuado por el doctor Edward J. Masaro en la Universidad de Texas, ya que utilizó tres grupos de ratones: a los del primero les dejaron comer tanto como quisieran; a un segundo grupo se le redujo la ración en un 60 por ciento; en cuanto a los del tercer grupo, comieron cuanto quisieron pero reduciéndose a la mitad la proporción de proteínas. ¿Quiere saber lo que pasó? Después de 810 días sólo quedaban con vida 13 ratones del primer grupo; del segundo, el que había visto reducida su ración en un 60 por ciento, sobrevivió un 97 por ciento; del tercero, que comió cuanto quiso pero rebajando a la mitad el consumo de proteínas, aún vivía el 50 por ciento.
¿Qué mensaje encierra esto para nosotros? La conclusión del doctor Ray Walford, prestigioso investigador de la Universidad de California en Los Ángeles, es ésta:
Hasta la fecha, la subnutrición es el único método conocido para retrasar con gran probabilidad el proceso de envejecimiento y prolongar la longevidad de los animales de sangre caliente. Estos estudios indudablemente son aplicables al
ser humano, ya que se han confirmado en todas las especies estudiadas hasta la fecha.
Estos trabajos demostraron que el deterioro fisiológico, incluyendo el deterioro normal del sistema inmunológico, se retrasaba considerablemente gracias a la restricción de la ración alimentaria. Por tanto, el mensaje es claro y sencillo: coma menos y vivirá más. Igual que a usted, a mí me gusta comer. Puede ser un buen pasatiempo. Pero asegúrese de que su pasatiempo no esté matándole. Si desea comer grandes cantidades de alimentos, puede hacerlo. Pero que sean alimentos ricos en agua. Uno puede comer una cantidad de ensalada mucho mayor que de carne, y seguir vibrante de vitalidad y salud.
La quinta clave del programa de salud vital es el principio del consumo eficaz de fruta. La fruta es el alimento más perfecto, el que consume menos energía durante la digestión y el que, a cambio, beneficia más al organismo. El único nutriente que consume el funcionamiento del cerebro es la glucosa. La fruta contiene principalmente fructosa (que se convierte fácilmente en glucosa) y un 90 a 95 por ciento de agua, por lo general, lo cual significa que limpia y alimenta al mismo tiempo. Objetivo primordial.
La única dificultad con la fruta es que la mayoría de las personas no saben cómo tomarla de manera que el organismo aproveche al máximo sus nutrientes. La fruta siempre debe comerse en ayunas. ¿Por qué? El motivo es que la fruta no se digiere primariamente en el estómago, sino en el intestino delgado. Conviene que pase por el estómago en cuestión de minutos, al efecto de librar sus azúcares cuanto antes en el intestino. Pero si el estómago contiene carne o féculas, la fruta queda atrapada allí y empieza a fermentar. Es lo que ocurre cuando uno toma fruta como postre después de una gran comida, que queda una sensación desagradable para todo el resto del día. Para tomarla correctamente, la fruta debe ingerirse siempre en ayunas.
La mejor fruta es la fresca, o el jugo recién exprimido. No es aconsejable tomar jugos en conserva, bien sean de lata o conservados en un recipiente de vidrio. ¿Por qué? Por lo general, el jugo se calienta durante el proceso de envasado y con ello adquiere una estructura química acida. ¿Quiere saber cuál es la mejor adquisición que puede hacer? ¡Cómprese una licuadora! ¿Tiene usted coche? Venda el coche y cómprese una licuadora, que le llevará mucho más lejos. ¡Hágalo ahora mismo! El jugo se toma en ayunas, igual que la fruta misma, y se digiere con tanta rapidez que sólo quince o veinte minutos después ya se puede hacer una comida normal.
No soy yo el único que lo asegura. El doctor William Castillo, director del famoso Departamento de Cardiología de Framington (Massachusetts), dice que la fruta es el mejor alimento que existe para evitar las enfermedades de corazón. Ello es debido a que la fruta contiene bioflavinas que evitan el espesamiento de la sangre y las adherencias en las arterias. Además, vigorizan los capilares, y ya se sabe que la rotura de los capilares es causa frecuente de hemorragias internas y ataques cardíacos.
Hace poco hablaba con un corredor de fondo que asistía a uno de los cursillos de salud promovidos por mí. Aunque se mantenía bastante incrédulo, aceptó que se incluyera la fruta, tomada oportunamente, en su dieta. ¿Sabe el lector lo que pasó? Pues que rebajó nueve minutos y medio de su tiempo en la maratón, redujo a la mitad el período de recuperación y se clasificó para la gran maratón de Boston por primera vez en su vida.
Para terminar, algo más acerca de la fruta, y que conviene recordar siempre. ¿Cómo comenzar el día? ¿De qué alimentos debe constar el desayuno? ¿Es correcto levantarse de la cama y atiborrar el organismo con grandes cantidades de comida cuya digestión va a tenernos atareados todo el día? Por supuesto que no.
Lo que se necesita es algo fácil de digerir, que suministre azúcares directamente utilizables por el organismo y que ayude a limpiar el cuerpo. Cuando se levante y a lo largo del día, mientras pueda soportarlo cómodamente, no tome nada más que fruta fresca o jugos recién exprimidos. Observe esta limitación hasta mediodía como mínimo. Cuanto más consiga resistir sin otro alimento en el cuerpo que la fruta, más horas tendrá el organismo para limpiarse. Cuando haya aprendido a prescindir del café y demás basuras con que suele intoxicar su organismo desde el principio de la jornada, notará un caudal nuevo de vitalidad y de energía, que actualmente no puede ni sospechar. Haga la prueba durante diez días, y ya lo verá.
La sexta clave para la salud vital es acabar con el mito de las proteínas. Dice la voz popular que basta repetir algo muy a menudo y chillando mucho para que no falte quien lo crea, aunque sea la mayor mentira del mundo. ¿No es cierto? Pues bien venidos al maravilloso mundo de las proteínas. Nunca se dijo mentira más grande que ésa de que el ser humano necesita una dieta fuerte en proteínas para conservar la salud y un bienestar óptimo.
Usted ya sabe, sin duda, si toma pocas o muchas proteínas, a diferencia de lo que ocurre con otros nutrientes. ¿Cómo es eso? Algunos creen que las necesitan para aumentar su resistencia física; otros, para disponer de más energía; otros están convencidos de que refuerzan los huesos. En cada uno de estos tres casos, el efecto de un exceso de proteínas es exactamente el contrario.
Vamos a buscar un criterio acerca de cuántas proteínas necesita verdaderamente el ser humano. ¿Cuándo tenemos más necesidad de proteínas? Sin duda, durante la infancia. La madre Naturaleza suministra un alimento, la leche materna, que le proporciona al niño todo lo que le hace falta. A ver si adivina cuántas proteínas contiene la leche materna. ¿Un 50, un 25, un 10 por ciento? Demasiado. En la leche de la madre, el recién nacido encuentra un 2,38 por ciento de proteínas, que se reduce a un 1,2-1,6 por ciento seis meses más tarde. Eso es todo. Así que, ¿de dónde ha salido la idea de que el organismo humano necesita grandes cantidades de proteínas?
En realidad, nadie sabe exactamente cuántas proteínas necesitamos. Tras diez años de estudios sobre las necesidades proteínicas del hombre, el doctor Mark Hegstead, que fue profesor de dietética en la Facultad de Medicina de Harvard, confirma que, por lo visto, los humanos se adaptan a cualquier nivel de proteínas que contengan los alimentos a su alcance. Otros especialistas, como Francés Lappé, autora de Dieta para un planeta pequeño, que durante casi una década ha promovido la idea de combinar alimentos vegetales para obtener todos los aminoácidos esenciales, reconocen ahora que estaban equivocados, que el ser humano no necesita combinar proteínas y que cualquier dieta vegetariana suficientemente equilibrada basta para suministrar todas las que hacen falta. La Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos dice que el adulto norteamericano necesita 56 gramos de proteínas al día. En un estudio hecho por la Unión Internacional de las Ciencias de la Nutrición hallamos que el adulto humano de cualquier país tiene unas necesidades proteínicas comprendidas entre 39 y 110 gramos al día. De manera que, ¿quién lo sabe realmente? ¿Para qué necesitamos todas esas proteínas? Es de suponer que para reponer pérdidas. Pero la cantidad que se pierde diariamente a través de las funciones excretora y respiratoria es muy pequeña, de manera que ¿de dónde han sacado esas cifras?
Nos hemos puesto en comunicación con la Academia Nacional de Ciencias y les hemos preguntado cómo calcularon esa cifra de 56 gramos. En realidad, las publicaciones de esa institución dicen que sólo necesitamos 30 gramos, pero recomiendan 56. Ahora también afirman que un exceso de proteínas supone un sobreesfuerzo para el aparato urinario y produce fatiga. Entonces, ¿por qué recomiendan más de las que, según calculan ellos mismos, se necesitan? Todavía estamos esperando una contestación convincente, ya que, según nos aseguraron, antes recomendaban hasta 80 gramos y hubo grandes protestas públicas cuando decidieron rebajar la cifra. Protestas, ¿por parte de quién? ¿Fue usted quien llamó para quejarse? ¿Fui yo? Ni lo uno ni lo otro. Los que protestaron fueron los intereses creados, los que se ganan la vida vendiendo alimentos y productos de elevado contenido en proteínas.
¿Cuál es la mejor idea de ventas que pueda concebirse en el mundo? Creo que la de convencer a los usuarios de que su vida peligra si no usan nuestro producto. Eso fue, precisamente, lo que ocurrió con las proteínas. Vamos a analizar detenidamente esa idea. Veamos en primer lugar eso de que suministran energía. ¿De dónde saca su energía el organismo? En primer lugar, de la glucosa que extrae de las frutas, las verduras y las legumbres. Luego se consume el almidón de las féculas, y luego las grasas. Las proteínas no intervienen para nada en el consumo energético. Así que adiós a esa parte del mito. ¿Y aquello de que las proteínas sirven para adquirir resistencia física? Un error. El exceso de proteínas le suministra al cuerpo un exceso de nitrógeno, lo cual produce la fatiga. Los adeptos del culturismo, que se atiborran de proteínas, no destacan precisamente por su fondo físico. Se fatigan en seguida. En cuanto a que las proteínas refuercen los huesos, conviene subrayar que se ha establecido una relación entre el consumo excesivo de proteínas y la osteoporosis, es decir el reblandecimiento y debilitamiento de los huesos. En todo el mundo son los vegetarianos quienes tienen los huesos más fuertes.
Podrían citarse miles de razones por las cuales el consumo de carne, como principal fuente de proteínas, es una de las peores equivocaciones en que se pueda caer. Por ejemplo, uno de los subproductos de la asimilación de las proteínas es el amoníaco. Centrémonos en dos puntos en particular. El primero, que la carne contiene niveles elevados de ácido úrico. El ácido úrico es uno de los productos de desecho resultantes de la actividad celular y que el organismo debe eliminar. Los riñones extraen el ácido úrico del torrente sanguíneo y lo envían a la vejiga como componente de la orina. Si no se eliminase de la sangre el ácido úrico, el exceso se acumularía en los tejidos del organismo produciendo la gota o los cálculos de la vejiga (por no hablar de lo que puede pasarles a los riñones mismos). Los enfermos de leucemia suelen presentar niveles muy altos de ácido úrico en la sangre. Una ración normal de carne contiene un gramo de ácido úrico. El organismo no puede eliminar más de unos setecientos miligramos de ácido úrico al día. Por otra parte, ¿sabe usted qué es lo que le da el sabor a la carne? Pues el ácido úrico de ese animal muerto que está usted consumiendo. Si no lo cree, pruebe a comer carne kosher (de reses sacrificadas con arreglo al rito judío) sin los condimentos que se le añaden habitualmente: al desangrar la carne se elimina la mayor parte del ácido úrico y la carne queda insípida. ¿De veras quiere atiborrar su organismo con el ácido que normalmente los animales eliminan a través de la orina?
En la carne, además, proliferan las bacterias de la putrefacción. Por si no supiera usted cuáles son esas bacterias, se trata de los gérmenes que habitan en el colon. Como explica el doctor Jay Milton Hoffman en su libro El eslabón perdido de la carrera médica: la química de los alimentos en su relación con la química del organismo:
Mientras dura la vida del animal, los procesos osmóticos del colon evitan que las bacterias de la putrefacción invadan el organismo. Pero cuando el animal muere, el proceso osmótico cesa y las bacterias de la putrefacción atraviesan las paredes del colon invadiendo la carne, que así se pone en sazón.
Como ya sabe usted, la carne ha de ponerse tierna; pues bien, lo que la pone en sazón son precisamente esos gérmenes. Otros expertos han dicho sobre este tema:
Las bacterias de la carne son de carácter idéntico a las que habitan en el estiércol; en realidad, abundan más en algunas carnes que en el estiércol fresco. Todas las carnes se infectan con tales gérmenes durante las operaciones de la matanza, y éstos proliferan tanto más cuanto más tiempo permanezca almacenada la carne.*
¿De veras le apetece comer eso?
Si realmente no puede prescindir de la carne, le aconsejo que tome las precauciones siguientes. En primer lugar, que el producto proceda de reses criadas en pastos naturales, no con piensos a los que se añaden hormonas para el crecimiento. En segundo lugar, que limite drásticamente el consumo. Redúzcalo a una sola vez al día.
Con esto no digo que sólo con abstenerse de comer carne vaya a tener garantizada la salud, ni tampoco que no pueda estar sano mientras coma carne. Ni lo uno ni lo otro sería cierto. Muchos carnívoros tienen más salud que algunos vegetarianos, sencillamente porque estos últimos tienden a creer que, como no comen carne, pueden tragar cualquier cosa que se les antoje. Y eso tampoco lo recomiendo, naturalmente.
Sin embargo, le conviene saber que podría vivir más sano y feliz que hasta hoy, simplemente absteniéndose de devorar la carne y la piel de otros seres vivos. ¿Sabe en qué coincidieron Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Leonardo da Vinci, Isaac Newton, Voltaire, Henry David Thoreau, George Bernard Shaw, Benjamin Franklin, Thomas Edison, el doctor Albert Schweitzer y Mahatma Gandhi? Todos ellos fueron vegetarianos. No es mal grupo de ejemplos para «modelar», ¿verdad?
¿Son mejores los productos de granja? En algunos aspectos, resultan incluso peores. La leche de cada especie animal contiene, correctamente equilibrados, los elementos que convienen a esa especie en particular. Beber la leche de otros animales, incluso la de la vaca, puede originar muchos problemas. La leche de vaca contiene, por ejemplo, poderosas hormonas de crecimiento, ya que el ternero, que pesa 40 kilos al nacer, ha de convertirse en un animal adulto que pesará 450 kilos sólo dos años después. En comparación, el humano recién nacido con 3 o 3,5 kilos no alcanza la madurez física y el peso definitivo —digamos entre 50 y 90 kilos— hasta veintiún años más tarde. Hay una gran controversia sobre los efectos de ese hábito en nuestra población. Según el doctor William Ellis, gran autoridad en productos de granja y sus efectos sobre la circulación sanguínea, no hay nada como beber leche para contraer alergias y taponar el sistema. El motivo es que pocos adultos pueden metabolizar adecuadamente las proteínas que contiene la leche de vaca. La principal de ellas es la caseína, necesaria para el buen metabolismo del ganado vacuno. Pero no les hace ninguna falta a los seres humanos. Según sus investigaciones, tanto los niños como los adultos digieren la caseína con gran dificultad; en los niños, al menos, un 50 por ciento de la caseína no se digiere. Las proteínas parcialmente digeridas pasan a menudo al torrente sanguíneo e irritan los tejidos, provocando la susceptibilidad a los alérgenos. Por último, el hígado se encarga de eliminar esas proteínas de vaca parcialmente digeridas, lo que quiere decir que todo el sistema excretor funciona innecesariamente sobrecargado, y el hígado en particular aún más. En cambio, la lactalbúmina, que es la principal proteína de la leche humana, la digieren fácilmente las personas. En cuanto al consumo de leche por el calcio que contiene, Ellis afirma que después de realizar más de 25.000 análisis de sangre halló que los niveles más bajos de calcio correspondían a personas con la costumbre de tomar tres, cuatro o cinco vasos de leche al día.
Según Ellis, quien se preocupe por si asimila o no calcio suficiente debe tomar verdura en abundancia, manteca de sésamo o frutos secos, todo lo cual es muy abundante en calcio y lo presenta en una forma que facilita su incorporación. Por otra parte, conviene tener en cuenta que un exceso de calcio podría acumularse en los ríñones y dar lugar a la formación de cálculos renales. Por eso, y para mantener relativamente baja la concentración de dicho elemento en la sangre, el organismo elimina aproximadamente un 80 por ciento del calcio que ingerimos. No obstante, si nos preocupa mucho el calcio no es indispensable acudir a la leche. Los nabos, por ejemplo, a igualdad de peso contienen el doble de calcio que la leche. Según muchos entendidos, de todas maneras, en la mayor parte de los casos esa preocupación por el calcio es infundada.
¿Cuáles son los principales efectos de la leche en el organismo? Se convierte en una masa espesa, irritante, que se endurece en el intestino delgado y se adhiere por todas partes, obstruyéndolo, lo cual dificulta en gran manera el funcionamiento del organismo. ¿Y en cuanto al queso? No es más que leche concentrada; recordemos que se necesitan entre ocho y diez litros de leche para fabricar un kilo de queso. Su contenido graso, por sí solo sería un motivo suficiente para limitar el consumo. Si no puede prescindir del queso, limítese a echar un poco, cortado en dados, en una gran ensalada. La abundancia de alimentos ricos en agua contrarrestará un poco el atascamiento debido al queso. A algunos, eso de prescindir del queso les parecerá terrible. Adiós a la pizza, adiós al brie. ¿El yogur? Es igualmente nefasto. ¿El helado? No es cosa que le ayude a estar en su mejor forma. Pero no hace falta renunciar por completo a tan exquisitos sabores y sensaciones. Meta unos plátanos en el congelador y páselos luego por la batidora; obtendrá un postre de sabor y frescor totalmente idénticos a los del helado, pero más sano y nutritivo. ¿Y qué decir del requesón? ¿Sabe usted qué echan en el requesón la mayoría de las granjas como espesante? Pues yeso mate (sulfato cálcico). No es broma. En los Estados Unidos está admitido según las normas federales, excepto en el estado de California. ¿Puede usted imaginarse haciendo sacrificios para limpiar y despejar la circulación sanguínea... y llenársela luego de yeso?
¿Por qué no se han sabido antes esas cosas acerca de los productos de granja? Por muchos motivos, algunos de los cuales tienen que ver con la educación y con sistemas de creencias ya superados. También podría tener algo que ver el hecho de que estemos gastando (de que el Gobierno federal esté gastando) unos 2.500 millones de dólares al año en financiar los excedentes de productos lácteos. Más aún, según el New York Times (18 de noviembre de 1983), la última estrategia de la Administración consiste en una gran campaña pública de promoción de los lácteos para fomentar su consumo, aunque dicha campaña choque directamente con otras campañas institucionales para advertir contra los efectos perniciosos de un consumo excesivo de grasas. Los almacenes de la Administración están abarrotados actualmente con medio millón de toneladas de leche en polvo, 150.000 toneladas de mantequilla y 400.000 toneladas de queso. Quisiera hacer constar que esto no es una crítica contra la industria de los lácteos; creo que los granjeros figuran entre las personas más laboriosas de todo el mundo. Pero eso no significa que yo vaya a consumir sus productos si opino que no me ayudan a mantener mi mejor forma física.
En otros tiempos, mis hábitos solían ser los que quizá tenga usted ahora mismo. La pizza era mi plato favorito. Me creía incapaz de dejarlo. Pero como me encuentro mucho mejor desde que lo hice, ni en un millón de años será probable que vuelva a tomarla. La diferencia es tanta, que tratar de describirla sería como querer explicar el perfume de una rosa a quien no las haya olido jamás. Tal vez debería usted oler esa rosa antes de pronunciarse sobre la cuestión. Trate de suprimir la leche y limitar su consumo de los demás lácteos durante treinta días, y juzgue por los resultados que observe en su organismo.
En todo este libro mantengo el propósito de facilitarle informaciones para que usted las valore, para que decida cuáles pueden serle de utilidad y para que rechace las que le parezcan ineficaces. Ahora bien, ¿no vale la pena poner a prueba todos los principios antes de decidir sobre ellos? Ensaye los seis principios o claves de la salud vital. Ensáyelos durante los próximos veinte o treinta días, o durante toda la vida, y juzgue por sí mismo si producen niveles más altos de energía y una sensación de vitalidad que le ayudará en todo cuanto emprenda. No obstante, procede aquí una pequeña advertencia. Si comienza usted a respirar más eficazmente, de una manera que estimule sistema linfático, y si empieza a combinar correctamente los ingredientes de su alimentación y a ingerir alimentos con un 70 por ciento de agua, ¿qué puede ocurrir? ¿Recuerda lo que dice el doctor Bryce sobre el poder del agua? ¿Ha visto alguna vez un incendio en un edificio que tenga una sola salida de emergencia? Todo se precipita hacia la salida. Pasa lo mismo con nuestro organismo: usted empezará a eliminar las toxinas acumuladas durante años y su cuerpo lo hará con toda esa energía recién adquirida. Puede ocurrir que nuestra nariz empiece a segregar moco en exceso. ¿Significaría eso que hemos pillado un resfriado? En absoluto. El «constipado» lo hemos atrapado por comer. Nos hemos «constipado» por culpa de los largos años de hábitos alimenticios equivocados. En algunas personas, el súbito aumento de las toxinas eliminadas por los tejidos corporales puede causar un ligero dolor de cabeza. ¿Deben precipitarse a tomar aspirinas? ¡No! ¿Dónde queremos dejar las toxinas, dentro o fuera del organismo? ¿Dónde ha de quedar ese moco en exceso, en el pañuelo o en nuestros pulmones? Es el pequeño precio que hay que pagar por tantos años de malas costumbres alimenticias. En muchas personas, no obstante, tal reacción negativa no se producirá y aparecerá en seguida esa sensación de mayor vitalidad y bienestar.
Fuente: extracto del libro "Poder sin limites" de Anthonny Robbins.
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7/07/2013
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