Los comienzos de libros mejor logrados
¿Quién no empezó una vez un libro y lo abandonó a los pocos párrafos? Y, al revés, ¿cuántas novelas nos han cautivado desde el primer instante al punto de ya no poder dejarlas? Corto o largo, informativo o misterioso, clásico o informal, ¿cuál es el mejor modo de empezar un libro?
Íncipit es el nombre técnico de esas primeras palabras o primera frase de un texto (del latín incipio: empezar) a los que muchos atribuyen una importancia fundamental. A no confundir con el prólogo, que no forma parte del relato en sí. El íncipit es parte de él.
Se trata, ni más ni menos, que de seducir al lector, cautivarlo, intrigarlo, interpelarlo, hasta provocarlo -todo vale, con tal de que no deje de lado el libro, sobre todo en estas épocas de tanto estímulo audiovisual.
Es esa captatio benevolentiae -de la literatura, pero también de la retórica- por la cual el autor o el orador buscan atraer la atención y la buena predisposición del lector u oyente.
De pequeños, incluso antes de saber leer, nos acostumbramos a escuchar ese "había una vez" de los cuentos, con su promesa de aventuras y fantasías, el "ábrete sésamo" a la imaginación. Muchas novelas consagradas se abren con una fórmula que no es sino recreación de aquella tradicional. "Una tarde extremadamente calurosa de principios de julio, un joven salió de la reducida habitación que tenía alquilada en la callejuela de S... y, con paso lento e indeciso, se dirigió al puente K..."; así se inicia Crimen y castigo de Fedor Dostoievski.
Existen incipit célebres, que tantos conocen hasta de memoria, como los primeros Versos sencillos del cubano José Martí (Yo soy un hombre sincero/ de donde crece la palma, / y antes de morirme quiero / echar mis versos del alma)) o la primera estrofa del poema gauchesco argentino Martín Fierro de José Hernández (Aquí me pongo a cantar / al compás de la vigüela, / que el hombre que lo desvela / una pena extraordinaria / como la ave solitaria / con el cantar se consuela). Y también los primeros versos de la Divina Comedia de Dante: "En medio del camino de la vida / me encontré en una selva oscura / porque la recta vía había perdido."
No hay duda de la importancia de los incipit, al punto que existen fanáticos en todo el mundo, coleccionistas podría decirse, sitios web especializados y rankings como el de la American Book Review que elaboró una lista con los que considera los cien mejores.
Un favorito
En el podio de los más logrados suele encontrarse siempre el Call me Ishmael (Llámenme Ismael) de Herman Melville; entre sus fans figura el flamante premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa ("me impresionó mucho la primera frase de Moby Dick", dijo una vez). El escritor chileno Roberto Ampuero explicó en una entrevista reciente con el diario argentino Perfil el por qué de su preferencia por ese incipit: "Primero, porque es la entrada a Moby Dick, una de mis novelas favoritas. Segundo, porque legitima de golpe el derecho a una narración en primera persona. Tercero, porque incorpora una dosis de ambigüedad e incertidumbre en el lector: la frase no garantiza que Ishmael sea Ishmael. ¿Qué más puedes alcanzar con tres palabras?".
Otro del mismo estilo que el de Melville es el "Hoy ha muerto mamá" con el que se abre El Extranjero del francés Albert Camus, premio Nobel de Literatura 1957 Como en Moby Dick, se nos anuncia el relato en primera persona pero también se nos transmite desde el principio la mirada despojada, distante, con la cual el personaje contempla el mundo -y su absurdo- durante todo el libro. Las palabras que siguen a esa primera frase son tanto o más escuetas: "Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé", con lo cual el autor subraya la condición de ajeno -de "extranjero"- del personaje en relación a acontecimientos de la vida que trastornan a sus congéneres.
Usualmente el íncipit informa (lugar, tiempo, personajes), interesa (todo recurso vale) y establece el contrato de lectura (anunciando el código con el cual se debe descifrar el texto o, dicho más sencillamente, el género). En la novela negra, es frecuente que el autor nos arroje de lleno en medio de la trama, sin preámbulos, al modo en que lo hace uno de los maestros del género, James Hadley Chase, en Con las mujeres nunca se sabe: "La cueva de ratas que me habían alquilado como oficina estaba en el sexto piso de un destartalado edificio ubicado en un extremo de la playa San Luis". Y lo que sí se sabe de inmediato es que habrá mucha acción.
Pero estas funciones del íncipit no son necesariamente razonadas por el autor de un libro, sino que resultan de la categorización a posteriori de los analistas de textos. Lo más probable es que en el escritor haya más espontaneidad que cálculo. Ello explica la amplia variedad de introitos que podemos encontrar y su gran originalidad.
Lo bueno, si breve...
"Qué importante es la primera frase de una novela", dijo el peruano Mario Vargas Llosa, mucho antes de ser galardonado con el Nobel de Literatura, en mayo de 2000, entrevistado por El Comercio de Perú. "El comienzo nos introduce en el universo de la historia". Y en el diálogo va recordando otros íncipit, como el de La Condición Humana de André Malraux ("¿Intentaría Chen levantar el mosquitero?". O el de Las Ruinas Circulares de Borges ("Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche"). O el de La Metamorfosis" de Kafka ("Esa mañana, después de una noche de sueños intranquilos, Gregorio Samsa comprendió que se había convertido en un enorme insecto").
Todas invitaciones a leer más. Como el de Gabriel García Márquez en sus Cien años de soledad: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo".
Si el incipit es bueno, con poco nos dirá mucho. La brevedad acentúa la contundencia y, si además crea intriga, el objeto estará logrado. Pero no existen reglas en cuanto a la extensión y hay excepciones al "cuanto más breve, mejor". Una de ellas es El señor presidente del guatemalteco Miguel Angel Asturias que se abre con la larga repetición de una palabra como un conjuro que busca crear un clima peculiar a través de la cacofonía: "¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de piedralumbre! ¡Alumbra, alumbra, lumbre de alumbre..., alumbre..., alumbra..., alumbra, lumbre de alumbre..., alumbre..., alumbra..., alumbra, lumbre de alumbre..., alumbra, alumbre...!"
Como éste, otro íncipit que juega con el sonido es el de Vladimir Nabokov en Lolita, pero la traducción traiciona la musicalidad del inglés original: "Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo.Lee. Ta." ("Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.").
Otro incipit venerado es el de Marcel Proust en Por el camino de Swan: "Mucho tiempo he estado acostándome temprano", que preanuncia el relato intimista. Y un caso de comienzo cautivante, infalible si se tienen 20 abriles al sumergirse en sus páginas, es el de Paul Nizan en Aden Arabia: "Yo tenía veinte años; no permitiré a nadie decir que es la edad más bella de la vida."
Pequeño, peludo y suave
De estilo muy diferente es el de Platero y yo, del español y también Nobel de Literatura, Juan Ramón Jiménez, que por su sencillez es modelo para el análisis sintáctico en muchas escuelas: "Platero es pequeño, peludo, suave".
"Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba Historias vividas, una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera". Así se inicia el inolvidable Principito, de Antoine de Saint-Exupéry.
La inocencia de estos comienzos contrasta con la invocación que abre el Facundo del argentino Domingo F. Sarmiento: "¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo!"
Y qué decir del siniestro íncipit de uno de los Cuentos de amor, de locura y de muerte del uruguayo Horacio Quiroga: "Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia."
También en el género ensayo es importante el incipit. Como ése de Gilles Deleuze y Félix Guattari en Mil mesetas que tiene reminiscencias bíblicas ("mi nombre es Legión porque somos varios" y que dice así: "El Anti-Edipo lo escribimos a dúo. Como cada uno de nosotros era varios, en total ya éramos muchos". O el del padre de la antropología moderna, Claude Lévy Strauss, que empieza su Tristes Trópicos declarando: "Odio a los viajeros y a los exploradores". O el más célebre aún y mil veces parafraseado del Manifiesto Comunista de Marx y Engels (1848): "Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo".
También queda grabado en la mente el credo patriota de Charles De Gaulle en sus Memorias de Guerra: "Toda mi vida, me he hecho una cierta idea de Francia. Me la inspira el sentimiento tanto como la razón".
¿Quién no empezó una vez un libro y lo abandonó a los pocos párrafos? Y, al revés, ¿cuántas novelas nos han cautivado desde el primer instante al punto de ya no poder dejarlas? Corto o largo, informativo o misterioso, clásico o informal, ¿cuál es el mejor modo de empezar un libro?
Íncipit es el nombre técnico de esas primeras palabras o primera frase de un texto (del latín incipio: empezar) a los que muchos atribuyen una importancia fundamental. A no confundir con el prólogo, que no forma parte del relato en sí. El íncipit es parte de él.
Se trata, ni más ni menos, que de seducir al lector, cautivarlo, intrigarlo, interpelarlo, hasta provocarlo -todo vale, con tal de que no deje de lado el libro, sobre todo en estas épocas de tanto estímulo audiovisual.
Es esa captatio benevolentiae -de la literatura, pero también de la retórica- por la cual el autor o el orador buscan atraer la atención y la buena predisposición del lector u oyente.
De pequeños, incluso antes de saber leer, nos acostumbramos a escuchar ese "había una vez" de los cuentos, con su promesa de aventuras y fantasías, el "ábrete sésamo" a la imaginación. Muchas novelas consagradas se abren con una fórmula que no es sino recreación de aquella tradicional. "Una tarde extremadamente calurosa de principios de julio, un joven salió de la reducida habitación que tenía alquilada en la callejuela de S... y, con paso lento e indeciso, se dirigió al puente K..."; así se inicia Crimen y castigo de Fedor Dostoievski.
Existen incipit célebres, que tantos conocen hasta de memoria, como los primeros Versos sencillos del cubano José Martí (Yo soy un hombre sincero/ de donde crece la palma, / y antes de morirme quiero / echar mis versos del alma)) o la primera estrofa del poema gauchesco argentino Martín Fierro de José Hernández (Aquí me pongo a cantar / al compás de la vigüela, / que el hombre que lo desvela / una pena extraordinaria / como la ave solitaria / con el cantar se consuela). Y también los primeros versos de la Divina Comedia de Dante: "En medio del camino de la vida / me encontré en una selva oscura / porque la recta vía había perdido."
No hay duda de la importancia de los incipit, al punto que existen fanáticos en todo el mundo, coleccionistas podría decirse, sitios web especializados y rankings como el de la American Book Review que elaboró una lista con los que considera los cien mejores.
Un favorito
En el podio de los más logrados suele encontrarse siempre el Call me Ishmael (Llámenme Ismael) de Herman Melville; entre sus fans figura el flamante premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa ("me impresionó mucho la primera frase de Moby Dick", dijo una vez). El escritor chileno Roberto Ampuero explicó en una entrevista reciente con el diario argentino Perfil el por qué de su preferencia por ese incipit: "Primero, porque es la entrada a Moby Dick, una de mis novelas favoritas. Segundo, porque legitima de golpe el derecho a una narración en primera persona. Tercero, porque incorpora una dosis de ambigüedad e incertidumbre en el lector: la frase no garantiza que Ishmael sea Ishmael. ¿Qué más puedes alcanzar con tres palabras?".
Otro del mismo estilo que el de Melville es el "Hoy ha muerto mamá" con el que se abre El Extranjero del francés Albert Camus, premio Nobel de Literatura 1957 Como en Moby Dick, se nos anuncia el relato en primera persona pero también se nos transmite desde el principio la mirada despojada, distante, con la cual el personaje contempla el mundo -y su absurdo- durante todo el libro. Las palabras que siguen a esa primera frase son tanto o más escuetas: "Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé", con lo cual el autor subraya la condición de ajeno -de "extranjero"- del personaje en relación a acontecimientos de la vida que trastornan a sus congéneres.
Usualmente el íncipit informa (lugar, tiempo, personajes), interesa (todo recurso vale) y establece el contrato de lectura (anunciando el código con el cual se debe descifrar el texto o, dicho más sencillamente, el género). En la novela negra, es frecuente que el autor nos arroje de lleno en medio de la trama, sin preámbulos, al modo en que lo hace uno de los maestros del género, James Hadley Chase, en Con las mujeres nunca se sabe: "La cueva de ratas que me habían alquilado como oficina estaba en el sexto piso de un destartalado edificio ubicado en un extremo de la playa San Luis". Y lo que sí se sabe de inmediato es que habrá mucha acción.
Pero estas funciones del íncipit no son necesariamente razonadas por el autor de un libro, sino que resultan de la categorización a posteriori de los analistas de textos. Lo más probable es que en el escritor haya más espontaneidad que cálculo. Ello explica la amplia variedad de introitos que podemos encontrar y su gran originalidad.
Lo bueno, si breve...
"Qué importante es la primera frase de una novela", dijo el peruano Mario Vargas Llosa, mucho antes de ser galardonado con el Nobel de Literatura, en mayo de 2000, entrevistado por El Comercio de Perú. "El comienzo nos introduce en el universo de la historia". Y en el diálogo va recordando otros íncipit, como el de La Condición Humana de André Malraux ("¿Intentaría Chen levantar el mosquitero?". O el de Las Ruinas Circulares de Borges ("Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche"). O el de La Metamorfosis" de Kafka ("Esa mañana, después de una noche de sueños intranquilos, Gregorio Samsa comprendió que se había convertido en un enorme insecto").
Todas invitaciones a leer más. Como el de Gabriel García Márquez en sus Cien años de soledad: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo".
Si el incipit es bueno, con poco nos dirá mucho. La brevedad acentúa la contundencia y, si además crea intriga, el objeto estará logrado. Pero no existen reglas en cuanto a la extensión y hay excepciones al "cuanto más breve, mejor". Una de ellas es El señor presidente del guatemalteco Miguel Angel Asturias que se abre con la larga repetición de una palabra como un conjuro que busca crear un clima peculiar a través de la cacofonía: "¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de piedralumbre! ¡Alumbra, alumbra, lumbre de alumbre..., alumbre..., alumbra..., alumbra, lumbre de alumbre..., alumbre..., alumbra..., alumbra, lumbre de alumbre..., alumbra, alumbre...!"
Como éste, otro íncipit que juega con el sonido es el de Vladimir Nabokov en Lolita, pero la traducción traiciona la musicalidad del inglés original: "Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo.Lee. Ta." ("Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.").
Otro incipit venerado es el de Marcel Proust en Por el camino de Swan: "Mucho tiempo he estado acostándome temprano", que preanuncia el relato intimista. Y un caso de comienzo cautivante, infalible si se tienen 20 abriles al sumergirse en sus páginas, es el de Paul Nizan en Aden Arabia: "Yo tenía veinte años; no permitiré a nadie decir que es la edad más bella de la vida."
Pequeño, peludo y suave
De estilo muy diferente es el de Platero y yo, del español y también Nobel de Literatura, Juan Ramón Jiménez, que por su sencillez es modelo para el análisis sintáctico en muchas escuelas: "Platero es pequeño, peludo, suave".
"Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba Historias vividas, una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera". Así se inicia el inolvidable Principito, de Antoine de Saint-Exupéry.
La inocencia de estos comienzos contrasta con la invocación que abre el Facundo del argentino Domingo F. Sarmiento: "¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo!"
Y qué decir del siniestro íncipit de uno de los Cuentos de amor, de locura y de muerte del uruguayo Horacio Quiroga: "Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia."
También en el género ensayo es importante el incipit. Como ése de Gilles Deleuze y Félix Guattari en Mil mesetas que tiene reminiscencias bíblicas ("mi nombre es Legión porque somos varios" y que dice así: "El Anti-Edipo lo escribimos a dúo. Como cada uno de nosotros era varios, en total ya éramos muchos". O el del padre de la antropología moderna, Claude Lévy Strauss, que empieza su Tristes Trópicos declarando: "Odio a los viajeros y a los exploradores". O el más célebre aún y mil veces parafraseado del Manifiesto Comunista de Marx y Engels (1848): "Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo".
También queda grabado en la mente el credo patriota de Charles De Gaulle en sus Memorias de Guerra: "Toda mi vida, me he hecho una cierta idea de Francia. Me la inspira el sentimiento tanto como la razón".
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