Como cristales rompiendo dulce y suavemente sobre mis oídos, el sonido de los pájaros fue lo primero que oí. Abrí los ojos. Entraba entonces la brisa noble de otoño llevando a cuestas el perfumado beso de los pinos. Y casi en un gesto de gratitud e inmensa alegría, la cortina que casi tocaba el suelo bailaba lentamente con su vaivén en cámara lenta. Todo en ese cuarto era luz y liviandad, hasta mi cuerpo aun dormido parecía no tener peso.
De pronto, unos murmullos en otro cuarto me hicieron caer pesado en la cama y en la realidad, devolviéndome también el recuerdo de que aquella casa no era la mía. Cerré los ojos pues me invadió el miedo, pero sobre todas las sensaciones me sobrecogió la timidez. Unos pasos acrecentaban y como si de una reacción involuntaria se tratara, me acurruque en posición fetal. Cuando disimuladamente me di vuelta, te vi entonces con tus ojos de amor infinito. Y vi también la obra más hermosa al levantarse el telón rojo de tus labios; una sonrisa tan legitima que se veían los hilos que hacían moverla salir de tu mismo corazón.
Abri los ojos. Entre el hueco de mis piernas, el ronroneo de todos los días acechando el lugar que estaba obligado a disponer –muy a mi pesar- . El frio era tan crudo que no había sonido alguno fuera de la ventana, y la luz que la arañaba era la de la triste imitación de una lámpara como cientos de miles de tantas otras.
Horas más tarde, habiendo desperdiciado el día cumpliendo con mis obligaciones sentí una ligera presión sobre mi hombro derecho. La música de mis oídos se detuvo aunque yo no hube tocado botón alguno del reproductor, y me di la vuelta en el asiento del colectivo en que viajaba.
Entonces vi aquella magnifica función una vez más. Disueltos por segundos todos mis pesares, el tiempo entre el sueño y ese instante desapareció al verte sonreír otra vez. Pero segundos después todo volvió a su lugar, cuando a tu lado se erguía recto como las lámparas de la calle alguien que con sus ojos bañaba de esa misma luz falsa cada uno de tus movimientos. Y entonces comprendí que tu sonrisa significaba ahora para mi un puñal tras otro en lo más sensible de mi corazón.
De pronto, unos murmullos en otro cuarto me hicieron caer pesado en la cama y en la realidad, devolviéndome también el recuerdo de que aquella casa no era la mía. Cerré los ojos pues me invadió el miedo, pero sobre todas las sensaciones me sobrecogió la timidez. Unos pasos acrecentaban y como si de una reacción involuntaria se tratara, me acurruque en posición fetal. Cuando disimuladamente me di vuelta, te vi entonces con tus ojos de amor infinito. Y vi también la obra más hermosa al levantarse el telón rojo de tus labios; una sonrisa tan legitima que se veían los hilos que hacían moverla salir de tu mismo corazón.
Abri los ojos. Entre el hueco de mis piernas, el ronroneo de todos los días acechando el lugar que estaba obligado a disponer –muy a mi pesar- . El frio era tan crudo que no había sonido alguno fuera de la ventana, y la luz que la arañaba era la de la triste imitación de una lámpara como cientos de miles de tantas otras.
Horas más tarde, habiendo desperdiciado el día cumpliendo con mis obligaciones sentí una ligera presión sobre mi hombro derecho. La música de mis oídos se detuvo aunque yo no hube tocado botón alguno del reproductor, y me di la vuelta en el asiento del colectivo en que viajaba.
Entonces vi aquella magnifica función una vez más. Disueltos por segundos todos mis pesares, el tiempo entre el sueño y ese instante desapareció al verte sonreír otra vez. Pero segundos después todo volvió a su lugar, cuando a tu lado se erguía recto como las lámparas de la calle alguien que con sus ojos bañaba de esa misma luz falsa cada uno de tus movimientos. Y entonces comprendí que tu sonrisa significaba ahora para mi un puñal tras otro en lo más sensible de mi corazón.
Una vez mas, espero que les haya gustado.
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