Crisis del amor en Japón
Los japoneses están hartos de las relaciones sexuales. El amor romántico ha perdido atractivo entre los nipones, que prefieren las satisfacciones profesionales y la vida en solitario a las complicaciones del matrimonio. Y ese hastío no sería tan grave si no empujara al país del Sol Naciente, como se avizora, hacia un abismo demográfico y económico.
El llamado "síndrome del celibato" asusta al gobierno de Tokio. Pero al menos hasta hoy poco han hecho las autoridades para estimular el crecimiento de las familias, agobiadas por una economía vacilante y el pesimismo generado por el desastre en Fukushima. Las mujeres tampoco encuentran respuestas al frecuente dilema entre la vida profesional y la maternidad.
El amor caducó
Un sondeo del Instituto Nacional de Investigaciones sobre la Población y la Seguridad Social (IPSS) de Japón reveló que en 2011 dos tercios de los hombres solteros y la mitad de las mujeres en la misma condición, entre 18 y 34 años, no mantenían ninguna relación de pareja. En un minucioso reportaje sobre el tema, el diario británico The Guardian citó también otro estudio según el cual la tercera parte de la población menor de 30 años jamás había tenido una cita.
A esta cadena de sombrías estadísticas se suma una encuesta de la Asociación de Planificación Familiar de Japón. De acuerdo con los resultados, el 45 por ciento de las mujeres entre 16 y 24 años no estaban interesadas o detestaban el contacto sexual. Más de las cuarta parta de los hombres tampoco se sentían atraídos por el sexo, apuntó The Guardian.
Y no se trata de que falten estímulos sexuales en Japón, el país de las famosas historietas pornográficas anime. Los japoneses son más bien víctimas de un modelo tradicional de familia que se ha vuelto obsoleto. El hogar integrado por un hombre trabajador con un salario alto y un empleo seguro, y el ama de casa encargada de la educación de los hijos, no refleja la realidad ni las expectativas de las jóvenes generaciones.
Por una parte los hombres reconocen su incapacidad de cumplir ese papel de proveedores, debido al estancamiento de la economía. Sin dinero para sostener una familia, muchos se refugian en casa de sus padres –los llamados "solteros parásitos", cuya cifra se ha triplicado desde 1990—, apuestan por relaciones intermitentes o se sumergen en la pornografía online y los romances en mundos virtuales.
El dilema de las mujeres
Las mujeres llevan la peor parte en el orden de la sociedad japonesa. En el citado reporte del IPSS el 90 por ciento de las jóvenes de esa nación asiática confesó que preferían quedarse solteras a enfrentar lo que imaginaban sería el matrimonio. Quizás no temen en vano. Los hombres japoneses apenas dedican una hora diaria a los quehaceres del hogar, muy por debajo de sus similares en Europa y Norteamérica.
Esa reluctancia a las nupcias no sorprende cuando conocemos que el 70 por ciento de las japonesas no regresa al trabajo después de tener el primer hijo. Casarse y crear su propia familia representa entonces, para la mayoría, el fin de sus carreras. Ese tránsito hacia al hogar no se consuma por mera comodidad, sino por la persistente desigualdad en el mercado de trabajo nipón.
Si bien las mujeres superan a los hombres entre los graduados universitarios, ellas son minoría en las carreras de mejores perspectivas: las ingenierías y las vinculadas con la informática. Japón clasifica como el peor país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en cuanto a la brecha de género.
Pero esta desventaja que sufren las mujeres no solo afecta los índices demográficos. Según la OCDE, Japón podría incrementar su Producto Interno Bruto en 20 por ciento en las próximas dos décadas, si resuelve la disparidad entre hombres y mujeres en el mercado laboral.
Un país en peligro de extinción
Japón ha iniciado ya el descenso hacia el abismo demográfico. El año pasado la población disminuyó en alrededor de 219.000 personas. Al ritmo actual se estima que para 2060 el país habrá perdido la tercera parte de sus habitantes. En esa fecha la pirámide de edades se habrá casi invertido, con muy pocos niños y demasiados ancianos.
Los japoneses están hartos de las relaciones sexuales. El amor romántico ha perdido atractivo entre los nipones, que prefieren las satisfacciones profesionales y la vida en solitario a las complicaciones del matrimonio. Y ese hastío no sería tan grave si no empujara al país del Sol Naciente, como se avizora, hacia un abismo demográfico y económico.
El llamado "síndrome del celibato" asusta al gobierno de Tokio. Pero al menos hasta hoy poco han hecho las autoridades para estimular el crecimiento de las familias, agobiadas por una economía vacilante y el pesimismo generado por el desastre en Fukushima. Las mujeres tampoco encuentran respuestas al frecuente dilema entre la vida profesional y la maternidad.
El amor caducó
Un sondeo del Instituto Nacional de Investigaciones sobre la Población y la Seguridad Social (IPSS) de Japón reveló que en 2011 dos tercios de los hombres solteros y la mitad de las mujeres en la misma condición, entre 18 y 34 años, no mantenían ninguna relación de pareja. En un minucioso reportaje sobre el tema, el diario británico The Guardian citó también otro estudio según el cual la tercera parte de la población menor de 30 años jamás había tenido una cita.
A esta cadena de sombrías estadísticas se suma una encuesta de la Asociación de Planificación Familiar de Japón. De acuerdo con los resultados, el 45 por ciento de las mujeres entre 16 y 24 años no estaban interesadas o detestaban el contacto sexual. Más de las cuarta parta de los hombres tampoco se sentían atraídos por el sexo, apuntó The Guardian.
Y no se trata de que falten estímulos sexuales en Japón, el país de las famosas historietas pornográficas anime. Los japoneses son más bien víctimas de un modelo tradicional de familia que se ha vuelto obsoleto. El hogar integrado por un hombre trabajador con un salario alto y un empleo seguro, y el ama de casa encargada de la educación de los hijos, no refleja la realidad ni las expectativas de las jóvenes generaciones.
Por una parte los hombres reconocen su incapacidad de cumplir ese papel de proveedores, debido al estancamiento de la economía. Sin dinero para sostener una familia, muchos se refugian en casa de sus padres –los llamados "solteros parásitos", cuya cifra se ha triplicado desde 1990—, apuestan por relaciones intermitentes o se sumergen en la pornografía online y los romances en mundos virtuales.
El dilema de las mujeres
Las mujeres llevan la peor parte en el orden de la sociedad japonesa. En el citado reporte del IPSS el 90 por ciento de las jóvenes de esa nación asiática confesó que preferían quedarse solteras a enfrentar lo que imaginaban sería el matrimonio. Quizás no temen en vano. Los hombres japoneses apenas dedican una hora diaria a los quehaceres del hogar, muy por debajo de sus similares en Europa y Norteamérica.
Esa reluctancia a las nupcias no sorprende cuando conocemos que el 70 por ciento de las japonesas no regresa al trabajo después de tener el primer hijo. Casarse y crear su propia familia representa entonces, para la mayoría, el fin de sus carreras. Ese tránsito hacia al hogar no se consuma por mera comodidad, sino por la persistente desigualdad en el mercado de trabajo nipón.
Si bien las mujeres superan a los hombres entre los graduados universitarios, ellas son minoría en las carreras de mejores perspectivas: las ingenierías y las vinculadas con la informática. Japón clasifica como el peor país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en cuanto a la brecha de género.
Pero esta desventaja que sufren las mujeres no solo afecta los índices demográficos. Según la OCDE, Japón podría incrementar su Producto Interno Bruto en 20 por ciento en las próximas dos décadas, si resuelve la disparidad entre hombres y mujeres en el mercado laboral.
Un país en peligro de extinción
Japón ha iniciado ya el descenso hacia el abismo demográfico. El año pasado la población disminuyó en alrededor de 219.000 personas. Al ritmo actual se estima que para 2060 el país habrá perdido la tercera parte de sus habitantes. En esa fecha la pirámide de edades se habrá casi invertido, con muy pocos niños y demasiados ancianos.
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