sábado, 1 de junio de 2013


"Psicológicamente me cuesta mucho trabajo soportar que, después de haber estado charlando amigablemente con un compañero, al cabo de media hora te lo encuentres convertido en poco más que un montón de trozos de carne, como si nunca hubiera existido, o que unos camaradas, que yacen malheridos ante tus ojos, en medio de un charco de su propia sangre, te imploren con ojos suplicantes que los ayudes, pues en la mayoría de los casos ya no pueden articular palabra, o el dolor les anula la capacidad de hablar. Es terrible...esta guerra es una guerra de nervios nefasta."
Soldado alemán destacado en el Frente Oriental (junio 1944) en una carta dirigida a su familia




"Tengo tanta fe depositada en nuestro destino que nada puede quebrantar una confianza nacida de nuestra larga historia, de nuestro glorioso pasado, como dice el doctor Goebbels. Es imposible que las cosas salgan de otro modo. Tal vez hayamos alcanzado en este momento un punto muy bajo, pero contamos con hombres decididos. El país entero está listo para marchar con las armas al hombro. Tenemos armas secretas reservadas para el momento elegido y, sobre todo, tenemos a un Führer al que podemos seguir con los ojos cerrados"
Carta escrita por una mujer alemana a su esposo, recluido en un campo de concentración francés, en los compases finales de la 2ª Guerra Mundial en Europa




"Vivimos como dioses en Francia. Si necesitamos carne, se sacrifica una vaca de la que solo se toman las mejores partes, y el resto se descarta. Hay muchas cosas en abundancia: espárragos, naranjas, lechugas, nueces, cacao, café, mantequilla, jamón, chocolate, vino espumoso, vino, licores, cerveza, tabaco, puros y cigarrillos, así como juegos completos de ropa blanca. Como nuestro avance se realiza en largas marchas por etapas, perdemos contacto con nuestras unidades. Con el fusil en mano, irrumpimos en las casas para saciar el hambre. Horrible ¿no os parece? Pero uno se acostumbra a todo. Gracias a Dios que en nuestra patria no se vive en estas condiciones".
Soldado alemán de la 269ª División de Infantería, en una carta dirigida a los suyos y fechada el 20 de mayo de 1940, durante la invasión de Francia




"Vimos muchas veces los restos de un prisionero torturado y no era agradable de ver. Los japoneses los torturaban intensamente. Les arrancaban las uñas, los castraban, cosas así. Teníamos una enfermera inglesa, yo diría que la violaron 5 o 6 veces antes de dejarla ir, y estaba muerta cuando la encontramos. Te torturaban hasta que les dabas la posición de tus tropas. Oíamos gritar a los prisioneros. Si era para que nosotros los oyéramos, no lo sé, pero oíamos los gritos de los prisioneros de guerra."
Soldado del 14º Ejército Anglo-Indio en Birmania




"Creíamos que este personaje, Hitler, no estaba en sus cabales y el espectáculo se estaba poniendo feo, y había que hacer algo al respecto. Éramos de Nueva Zelanda, parece increíble, a 20.000 kms de distancia, pero eso no cambia el hecho de que somos descendientes de ingleses y habíamos estado metidos en la Primera Guerra Mundial para luchar por la democracia. Creíamos que es el mejor estilo de vida, que la gente, todas las cosas, sean iguales, que puedan hacer lo que les plazca mientras no ofendan a nadie. Creíamos que era por eso por lo que luchábamos, para que nos dejaran en paz y no ser dominados como Hitler dominaba a la gente, y pensábamos que era una proposición que valía la pena."
Soldado de la 2ª División Neozelandesa, 8º Ejército Británico. Norte de África (1941-1943)




"Yo era jefe de pelotón en el Escuadrón 'A', y contaba con dos tanques Lee y un Grant durante la prolongada retirada hacia El Alamein, tras las batallas de Gazala, en las que casi siempre actuamos como reserva. Libré mi primera batalla al frente de esos tanques cuando frenamos la desbandada junto con la 22ª Brigada Acorazada a unos 65 kms. de Alejandría. Luego me trasladaron al Escuadrón 'B', un escuadrón ligero con tanques Stuart, primero vigilando los campos de minas situados en el extremo sur de la línea de El Alamein, cerca de Himeimat.
Dicho sea de paso, fue allí donde conocí al general Montgomery. Estábamos ocultos tras una colina, de la que sólo sobresalía la torreta, cuando llegó un vehículo de mando del que bajaron nuestro comandante, el general de brigada y un hombrecillo de rodillas muy blancas con un sombrero australiano cubierto de insignias regimentales. Yo no tenía ni idea de quién era y mientras hablaba con el comandante, él se acercó y habló con mi mecánico, pero la conversación dejó mucho que desear. El oficial le preguntó a aquel hombre de Glasgow quién era el mejor general del desierto. El soldado lo miró y le contestó: "Usted no debe llevar mucho tiempo por aquí. El mejor es Rommel. Aquí todo el mundo lo sabe". Al parecer, cuando se fueron, Monty preguntó mi nombre y comentó que a mis hombres les faltaba instrucción. Ninguno de nosotros había oído hablar de Monty hasta entonces, pero eso iba a cambiar."

Teniente del Regimiento de Caballería Royal Scots Greys (8º Ejército Británico) - Norte de África (julio 1942)




"Una vez, inspeccionando un avión ruso derribado por el fuego alemán, observamos que el aparato era muy simple; tenía lo estrictamente necesario para volar y carecía de la multitud de instrumentos que llenaban el tablero de los aviones alemanes. Preguntamos al aviador ruso: ¿Cómo es posible volar con estos medios tan arcaicos?. El piloto contestó: Nosotros calculamos que un avión ruso vuela, por término medio, siete veces antes de ser derribado...¿Para qué gastar tanto dinero por siete vuelos? ¿No es preferible construir el doble de aparatos primitivos que la mitad de aparatos perfectos?"
Oficial alemán del III SS-Panzerkorps




"Sentí que un estremecimiento de excitación recorría mi espina dorsal. Nunca me he sentido tan orgulloso. Entraron, y nos quedamos horrorizados. Todos los hombres tenían barba de una semana. Sus uniformes estaban desgarrados y sucios, y de todos ellos emergían mugrientos vendajes empapados de sangre. Lo más terrible eran sus ojos..., enrojecidos, hundidos, mirando desde rostros tensos y cubiertos de barro, macilentos por la falta de sueño, y sin embargo, entraron con aire arrogante y altivo. Parecían lo bastante bravos como para apoderarse del lugar en aquel mismo instante."
Oficial de la 1ª División Aerotransportada británica convaleciente de sus heridas en el Hospital de St. Elizabeth (Oosterbeek), durante la Batalla de Arnhem (17-26 sept. 1944), Operación Market-Garden.




"Estábamos de maniobras con un grupo de tanques Valentine en una zona boscosa y nuestra misión era tenderles una emboscada. Al ser un poco dementes como todos los zapadores, decidimos hacer las cosas más interesantes colocando una pequeña cantidad de explosivo amatol en unas botellas de leche con un detonador y una mecha de seguridad de entre 5 y 10 segundos de demora; cuando aparecieron los Valentine, arrojamos las botellas de leche en su dirección.
A los 30 segundos había 3 tanques fuera de acción, uno con una oruga rota, otro al que la explosión de una pequeña carga en la escotilla del motor le había dejado fuera de combate y el último al que le había explotado una botella por debajo y simplemente se negaba a seguir funcionando. Esas cargas no eran nada comparadas con un proyectil antitanque normal. De cualquier modo, a partir de entonces, los zapadores no gozamos de gran popularidad en aquel regimiento de tanques. Pero si una mera broma durante un ejercicio les podía ocasionar tanto daño, ¿cómo responderían en la acción de verdad? Sólo tuvimos una baja, un trozo de botella en el culo de uno de mis zapadores, por tanto, al menos aprendieron a mantenerse agachados."

Sargento de los Royal Engineers (8º Ejército Británico) durante los inicios de la campaña del Norte de África




"El campo de batalla ofrecía una lúgubre visión. Había enormes depósitos de munición sin usar y aquí y allá montones de minas terrestres. Cadáveres de soldados polacos y alemanes, a veces enredados en un abrazo mortal, yacían por todas partes, y el aire estaba cargado del hedor de los cuerpos pudriéndose. Había blindados volcados con las orugas rotas y otros parados como si estuvieran listos para un ataque, con sus cañones apuntando aún hacia el Monasterio. Las laderas de las colinas, especialmente donde el fuego había sido menos intenso, estaban cubiertas de amapolas en número increíble, sus flores rojas eran extrañamente apropiadas para la escena...Los cráteres de las explosiones llenaban las laderas de las colinas, y esparcidos sobre ellos había fragmentos de uniformes, cascos, subfusiles Tommy y Schmeisser, ametralladoras Spandau y granadas de mano. Del Monasterio apenas quedaba un enorme montón de ruinas y escombros, con algunas columnas rotas aquí y allá. Sólo el muro occidental, sobre el que ondeaban las dos banderas, estaba aún en pie. Una campana de iglesia rajada yacía en el suelo al lado de un proyectil de gran calibre sin estallar y en paredes y techos destrozados podían verse fragmentos de pinturas y frescos. Obras de arte de valor incalculable, esculturas, grabados y libros yacían entre el polvo y el enlucido roto".
El General Wladyslaw Anders, comandante del II Cuerpo de Ejército Polaco, describe el escenario de la Batalla de Monte Cassino tras la victoria aliada (20 de mayo de 1944)




"Querida madre:
Ellos han venido ya. Son ahora las tres de la madrugada, así que me quedan ahora dos horas de vida. Soy tan joven aún que confiaba tener muchos años por delante. Pero te aseguro que no temo a la muerte; sabía el riesgo que entrañaba mi labor. Dinamarca me olvidará pronto, pero no me pesa lo que he hecho por mi querida patria.
Mi adorada madre, cada día te llega la noticia de miles de desaparecidos, y la aceptas con serenidad y resignación...Te ruego que consideres mi muerte de la misma manera, pues yo soy uno de tantos. Saluda a padre en mi nombre. Ya verás como no tardará en volver y juntos viviréis felices muchos años. Gracias por tus desvelos durante mi infancia y por tus cuidados hasta la fecha. Prométeme, madre, que no vas a entristecerte por causa mía, pues no vale la pena. Creía tener muchas cosas que contarte, madre, pero en estos momentos mi cabeza se siente hueca; o tal vez no tenga nada más que decirte. Gracias por todas tus bondades durante el tiempo que estuve entre vosotros. Adiós, mis entrañables padres.
Vuestro hijo, Lars."

Lars Bager Svane, miembro de la Resistencia Danesa (grupo Holger Danske) - carta escrita a su madre el 29 de abril de 1944, día en que fue ejecutado tras ser detenido por la Gestapo el 4 de octubre de 1943 y condenado a muerte.




"11 de septiembre: nuestro batallón combate en las afueras de Stalingrado. El fuego no cesa. Mires donde mires hay fuego y llamas. El cañón y las ametralladoras rusas disparan desde la ciudad en llamas: ¡qué fanáticos! 16 de septiembre: nuestro batallón y los tanques atacan el elevador de grano. El batallón sufre muchas bajas. El elevador está ocupado, no por hombres, sino por diablos que ni las balas ni las llamas pueden destruir. 18 de septiembre: prosigue el combate dentro del elevador. Si todos los edificios de Stalingrado son defendidos así, ninguno de nuestros soldados regresará a Alemania. 22 de septiembre: hemos vencido la resistencia rusa en el elevador. Nuestras tropas avanzan hacia el Volga. En el elevador sólo encontramos unos 40 rusos muertos. 26 de octubre: quién hubiera creído, hace 3 meses, que en lugar de la alegría de la victoria tendríamos que soportar semejantes sacrificios y torturas, cuyo final no está a la vista. Los soldados dicen que Stalingrado es la fosa común del ejército alemán".
Apuntes del diario personal de un soldado del 6º Ejército Alemán en Stalingrado




"Cuando vino de visita, los londinenses de esta zona no habrían dado un penique por Winston Churchill, ni como hombre ni como político. Pero el hombre que ocupó la plaza de Chamberlain, ése era un líder, de eso no hay duda; era un líder y creo que cada vez que abría la boca, inspiraba confianza a la gente. Si lo aceptaban o no como conservador, allá ellos, pero él estaba con ellos y estaba en contra del enemigo común. Sólo tenía que abrir la boca y decir que lo negro era blanco y le habrían creído, tal era su fe en él y de tal manera les inspiraba confianza. Sólo había que escuchar sus discursos radiados, sobre combatirlos en los campos y en las playas, y ya veías a la gente subiéndose las mangas."
Parroquiano anónimo de un pub de Canning Town, East End, Londres




"Pensábamos que los japoneses estaban entre los mejores soldados del mundo. Que lucharían hasta el final y no se rendirían nunca. Incluso solíamos encontrarlos atados a árboles, para no desfallecer y poder luchar hasta el final."
Soldado del 14º Ejército Anglo-Indio en Birmania




"Creíamos que la isla tenía dos kilómetros cuadrados y medio; después de la guerra supimos que sólo medía poco más de un kilómetro cuadrado. Así que si es capaz de imaginar a casi 6.000 muertos en una isla que sólo medía 100 hectáreas y pico, teniendo en cuenta que está a un grado del ecuador y la cantidad de calor, puede imaginar el olor que exhalaba al cabo de un par de días toda aquella carne putrefacta; era muy opresivo. No conozco ningún otro lugar en el que hubiera semejante concentración de muertos durante la Segunda Guerra Mundial. Creo que una concentración así se dio en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial, pero ciertamente nunca más vi una concentración de muertos como la que había en aquel islote. Lo que también nos impresionó mucho, además del elevado número de bajas, fue la velocidad con que sucedió todo... sólo duró 76 horas."
Robert Sherrod, corresponsal estadounidense durante la Batalla de Tarawa.




"Ya no luchábamos por Hitler, el nacionalismo o el Tercer Reich; ni siquiera por nuestras novias o nuestras madres, atrapadas en ciudades devastadas por las bombas. Luchábamos por puro miedo... Luchábamos por nosotros mismos, por no morir en agujeros llenos de lodo y nieve. Luchábamos como ratas"
Soldado veterano de la División Panzer "Grossdeutschland" describiendo la dramática situación de la Wehrmacht ante el imparable avance soviético en el Frente Oriental (enero 1945)




"El soldado ruso era muy resistente y estaba muy endurecido, estaba habituado a aquellas condiciones climáticas. A veces nos enfadábamos mucho, porque, por ejemplo, teníamos que abandonar o sencillamente tirar nuestras armas, ametralladoras o lo que lleváramos, porque ya no funcionaban, y los rusos las recogían, les ponían algún anticongelante y las utilizaban contra nosotros. El soldado ruso también estaba probablemente más preparado para la lucha cuerpo a cuerpo; muchas de sus divisiones estaban compuestas en realidad por asiáticos. A nuestro soldados, europeos occidentales, no les gustaba mucho esta lucha cuerpo a cuerpo, confiaban más en las armas automáticas o en su cerebro."
Capitán de Infantería de la Wehrmacht en el Frente del Este

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