"Los sueños se hacen realidad, si los deseas de verdad". Eso fue lo que escuchaste de alguien famoso en un emocionado discurso, justo después de que alzó un codiciado trofeo y recibió una estruendosa ovación. Apeteciendo un destino calcado, apagaste velas cumpleañeras de un soplido, lanzaste monedas a las fuentes, alzaste tu mirada cada noche en busca de estrellas fugaces, sobaste las panzas de distintas estatuillas de Buda, frotaste lámparas mágicas… Lo que nunca te dijo alguien famoso en un emocionado discurso, es que los sueños sí se hacen realidad, pero nada más unos pocos; y los tuyos, por mera estadística, no solo no se van cumplir, sino que continuarás prostituyéndote para poder pagar las cuentas de tu hogar.
La semilla de la frustración fue plantada aquella vez que te preguntaron: "¿Y qué quieres ser cuando seas grande?". Tu respuesta sincera era querer ser alguien que le creciera mucho vello facial, para que tuviera sentido afeitarse como lo hacía tu papá; o alguien cuyos pies fueran más grandes, para que pudieras subirte, sin problemas de estabilidad, a los tacones de tu mamá. Al comienzo fueron benévolos con tu ingenuidad, pero luego volvieron a insistir, al final de tu adolescencia, con la misma pregunta. No les gustó cuando insinuaste que te encantaría ser profesor, porque te aseguraron que todos son pobres; tampoco cuando pensaste ser pintor, porque te señalaron que todos son pobres y drogadictos; muchos menos cuando ponderaste ser periodista, porque te advirtieron que todos son pobres, drogadictos y sobrevalorados… Te preguntaron lo que querías ser y, enseguida, te pidieron que quisieras ser otra cosa.
En pocas palabras, para ser alguien en la vida te recomendaron que tenías que ser lo que no eras, con el firme propósito de que tuvieras un buen futuro en un futuro muy, muy, muy lejano. Tú aceptaste el consejo y tú mismo te prostituiste.
Maduraste. Tus prioridades cambiaron. Te diste cuenta que para ser quien soñabas ser, necesitabas una gran dosis de suerte. Y dinero. Como nunca te ganabas las rifas que tus papás hacían entre tu hermano y tú, ni tampoco Bill Gates te compartió su fortuna pese a que enviaste incontables correos en cadena, no tuviste otro camino distinto a prostituirte haciendo una labor que te deja un incómodo vacío en tu interior, pero que llena la nevera de tu hogar.
No eres un genio. No eres un visionario. No eres un innovador. No eres un líder. No eres Batman. Solo eres un profesional, un duro trabajador cuya nueva prioridad ahora es ser el mejor padre, el mejor esposo y el mejor amigo; de no lograr esas metas donde tienes poca competencia, te contentarías con ser un buen padre el día del padre, un buen esposo para tu próxima esposa, y un buen amigo en las buenas y en las malas borracheras.
¿Te molesta lo que te digo? ¿Y por qué? Se supone que tú eres feliz, ¿cierto? Tú no vives para trabajar, trabajas para vivir tu sueño. Aunque no hablo de tu ilusión infantil de convertirte en jugador de fútbol, ni de tu fantasía juvenil de convertirte en estrella de rock n' roll. Hablo de como hoy eres feliz, viendo a tus hijos ser felices. Ese es tu verdadero sueño y lo has hecho realidad. ¡Felicitaciones! ¡Lo lograste!
Te mereces una estruendosa ovación, porque sacrificaste tus ambiciones personales, para sacar adelante las de tus herederos. Quien no tiene hijos no te entiende, pero algún día lo hará. Jamás te arrepientas de haberle heredado la responsabilidad a tu descendencia, ellos tendrán lo que tú nunca tuviste: cumplirán sus sueños, porque te tendrán a ti.
Serás el entrenador de futuras superestrellas. Los inscribirás en clases de karate, música, beisbol, danza contemporánea, Condorito, Mafalda, Kama Sutra… hasta que encuentren un norte. Hasta que llegue el día que el mayor de ellos busque hablar contigo, para decirte lo que quiere ser en la vida. Estarás preparado para escuchar cualquier decisión, porque le inculcarás lo mejor de ti y porque él siempre sacará sobresaliente en matemáticas:
–Papá, mamá, quiero ser chef.
No deberá ser sorpresa para ti, si te tomas en serio los brunchs gourmet que tu hijo organiza para la familia cada domingo; pero sí será sorpresa para ti:
–Quiero tener mi propio restaurante, quiero inventar nuevos platos, quiero…
–Eh, pues –así lo interrumpirás, con escasa seguridad, y luego continuarás–, ¿no crees que es algo arriesgado? Conozco muy pocos cocineros…
–Chef –te corregirá tu hijo–.
–Lo mismo. Conozco muy pocos 'chefeses' que hayan triunfado. Además, eso ni siquiera es una carrera, es solo un hobby. ¿No se supone que eras bueno para las matemáticas?
–A mí me parece que Andresito cocina muy bien –terciará tu esposa, sin mucho éxito–. Mis amigas se chupan los dedos con las picaditas que nos prepara en los viernes de chisme.
–Es mi sueño, papá. ¿Tú nunca tuviste uno?
¿Cómo piensas responder esa demoledora pregunta? ¿Le dirás que sí, pero que tuviste miedo de intentarlo? ¿Le dirás que lo intentaste, pero que desististe en tu primera derrota? ¿Le dirás que vendiste tu felicidad a cambio de un cómodo salario mensual? ¿Le dirás que tener hijos es tan costoso que acabó con cualquier proyecto de vida? O, más bien, ¿le dirás a tu hijo que te ayude a recuperar la valentía, para ir tras tus propios sueños?
Hasta una próxima verdad humanamente irracional, Amigos de lo Salvaje.
Lucano Divina
Comandante Macondo de la Revolución Animal
Selvas de Sur América, junio 14 de 2013
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