lunes, 19 de agosto de 2013




Cada vez que algún famoso o celebridad mediática aparece en un programa de radio o televisión más o menos masivo relatando experiencias personales sobre el consumo de drogas, se instala tímidamente una cuestión que nuestra sociedad aún tiene pendiente: el debate por la despenalización del uso de la marihuana. En esta oportunidad, fue Sofía Gala en el programa de Alejandro Fantino la que agitó el avispero en el provocador estilo que la caracteriza. Pero lo hizo en un contexto en el que existe una mayor propensión a interiorizarse sobre estos asuntos, dada la decisión del gobierno uruguayo de impulsar una legislación que regula el uso de esta droga con fuerte participación del Estado. Como suele ocurrir cuando existen intereses y opiniones contrapuestas, se confunden objetivos y se termina centrando la discusión en aspectos que terminan confundiendo más que esclareciendo al público que lo sigue con atención.

La popularidad suele habilitar a quien la posee a decir cualquier cosa. Y ese enorme poder no siempre es ejercido con la responsabilidad que el abordaje de ciertas temáticas merece. Afirmar ante miles de televidentes que la marihuana es inocua o que no provoca adicción no solo es irresponsable, sino que también es falaz. Este tipo de declaraciones le hacen un flaco favor a la instalación de un debate imprescindible en tiempos en los que la lucha contra el narcotráfico y la prevención y atención de las adicciones merece una revisión de su estrategia por parte de los organismos estatales y de la sociedad en su conjunto. No se trata de negar las propiedades del cannabis, ni de condenar a quienes la consumen. Pero tampoco hay que mentir. Todos los estudios científicos serios demuestran que el uso persistente de la marihuana a través de los años causa un amplio deterioro en áreas neuropsicológicas, como el funcionamiento cognitivo, la atención y la memoria. Y que el daño es irreversible.

Sin embargo el principal error parte de la premisa de suponer que el problema se enfrenta combatiendo a la sustancia y demonizándola al extremo de colocarla en el lugar de la responsable principal de la dependencia. Y claramente esto no es así. El tema son las conductas adictivas de las personas y el marco social en el que se produce el tránsito del consumo social al consumo problemático.

No es lo mismo usar una droga que ser adicto a ella. Muchos consumidores no se convierten en adictos. Pero vale medir y conocer las consecuencias.

Para que quede claro: meter presos a los consumidores de cualquier sustancia fue, es y será una aberración que no resuelve absolutamente nada. La regulación estatal debe estar inexorablemente centrada en atender los requerimientos y necesidades de quienes consumen sustancias adictivas, procurando evitar que estas conductas se transformen en un problema de salud pública de magnitud. Según datos del 2007, en nuestro país más del seis por ciento de la población consume habitualmente marihuana, una cifra que convierte a la Argentina en el país de mayor consumo de América latina. Y el diez por ciento no puede dejar de consumirla, con lo cual tiene un problema de adicción.

Pero usar un medio de comunicación masivo para incitar al consumo y acusar de caretas a los que proponen discutir en serio qué hacer con esta problemática está lejos de ser un aporte significativo para el debate sobre una despenalización que cada día se hace más necesaria para afrontar el escenario presente y el futuro.

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