domingo, 11 de agosto de 2013


Juan Martín del Potro: "Sueño más con el fútbol que con el tenis"




Todavía cree que su destino era ser futbolista; aunque vive viajando por el mundo, siempre elige volver a Tandil, a la casa de sus padres, donde conserva intacto el cuarto de cuando era niño; a los 24 años, el mejor tenista argentino de la actualidad sigue siendo un chico grande

Juan Martín del Potro no se agacha para saludar: se dobla. Ahora tiene 24 años, pero la cosa viene de hace tiempo. De chico, cuando jugaba al fútbol en Tandil, los padres de los del otro equipo le pedían el documento, a él y a un compañero. Porque pateaban fuerte, metían goles y les sacaban dos cabezas a muchos. Y ganaban.

El Tenis Club Argentino está detrás del Planetario, pasando esa bocha gigante de helado metálico. Hay sol de invierno, pero en el hall de este club es de incubadora: cuando pega en los asientos blancos detrás de un vidriado, enceguece y ahoga. De una cancha lejana salen un hombre y muchos chicos alrededor. Caminan en dirección a la incubadora.



-Hola, ¿me esperás que me pego una ducha? -dice desde 1,98 m Juan Martín del Potro-.

Los chicos eran adultos y chicos. Algunos le llegaban al codo; ninguno al hombro.

De pibe, Juan era bueno jugando al fútbol. Jugaba en Independiente de Tandil, de nueve, de once, a veces de ocho, o de cinco, pero siempre arriba, en el ataque. Hacía dupla ofensiva con un compañero mucho más chiquito, habilidoso y rápido, dirá. Como un Guillermo-Palermo en su mejor época, recordará. Fantaseará. Como llegaba al club un rato antes de que fuera la hora de la práctica con el equipo y había que hacer algo para matar la espera, agarró una raqueta. El tenis era, entonces, el tiempo muerto para lo que quería hacer: fútbol.

Cuando tenía 12 años se jugaban al mismo tiempo un torneo sudamericano de tenis y un nacional de fútbol.

-Pero en Córdoba. El de tenis era en Brasil, y yo nunca había viajado en avión. Yo me tomo el avión y me voy al de tenis, dije.


¿Qué recordás de ese primer viaje?
Me tocó el último asiento. Éramos tres o cuatro los que viajábamos. Yo había pedido la ventana porque quería ver para afuera. Era mi primer viaje en avión, mucha idea no tenía. Para mí, poder volar y ver cómo se veía todo desde arriba era lo más impresionante. El ruido de las turbinas, ver el ala., ese momento fue espectacular.

Ganó el torneo. Y le dieron un premio al mejor jugador de América del Sur. Le gustaba el tenis, pero él seguía con el fútbol en la cabeza. Y siguió jugando y ganando al tenis. Sus entrenadores estaban como locos y charlaban con sus padres, porque todos le veían más chances tiñendo las medias de naranja que cabeceando en el área. Había que definir porque Juan iba al colegio hasta las dos, después hacía fútbol y después tenis.

Y se definió.

Más adelante, a los 16, llegaría el desconcierto de los estirones: los muslos y los brazos crecían de a cuotas violentas y lo hacían torpe. Dice que al fútbol era un desastre y el tenis le costaba más. Y pensaba que él no era así, que qué estaba pasando. Pasaba una adolescencia por un cuerpo.

En 2008, Del Potro tenía 19 años y ganó cuatro torneos seguidos. Le dio el pase a la final a la Argentina en la Copa Davis -ganó el quinto punto en las semifinales contra Rusia, después de que Nalbandian perdiera sorpresivamente el cuarto-. Era un pibito tocando el cielo. También un adolescente con boca rápida -A Nadal vamos a sacarle los calzones del orto-, que pidió disculpas -Soy un chico; a veces me equivoco-. Se venía la final y la Davis era el pochoclo con el caramelo justo, calentito, y con la mejor película. Pero el paquete venía también con el maíz que no explota, las pelotitas feas que rompen dientes: Nalbandian-Del Potro. Hubo miradas raras porque había ido a jugar lesionado el Masters de Shanghai una semana antes de la final ante España.

Y perdimos. En Mar del Plata. Del Potro ojeado: perdió un partido y no pudo jugar otro por estar lesionado.

Un año después le ganaba la final del US Open al bueno de Federer y se ubicaba entre los primeros cuatro tenistas del mundo. Tenía 20 años y 2010 era para comérselo todo. Terminó el año en el puesto 258.

La lesión de la muñeca; se dijo de todo. ¿Eso te sacó las ganas de jugar al tenis acá?

La verdad que sí. Estaba golpeado, triste, pasé varios meses sin diagnóstico, de médico en médico. Se sumaba que decían cosas que no eran ciertas [que había dado positivo en doping], todo lo que se dijo era demasiado fuerte. Hasta tres meses antes yo era, no sé. Venía de ganar el US Open, de ser N° 4 del mundo, todo servido para pelear por el número 1 y de repente, una situación que no imaginé. Pero bueno, me tocó una gran piedra en el camino, en la carrera y no sólo me sirvió para el tenis, sino para la vida. Me di cuenta de qué gente valía la pena y quiénes no. Los amigos de corazón que tengo, mi familia y mi grupo de trabajo, a los que les importaba cómo estaba Juan como persona. En lo que hacemos es difícil que uno pueda estar con los pies sobre la tierra y darse cuenta de eso a tiempo. Vas como en piloto automático, pasa todo muy rápido. Franco [Davin, su coach], Martiniano [Orazi, preparador físico] y mi médico estuvieron casi un año sin laburar. Y seguían ahí. Eso yo lo valoro un montón. Hoy nos une mucho más el vínculo humano que el profesional.


Se apoyó en la familia, los amigos, los entrenadores y el médico que finalmente lo operó. No conoció los cuartos de Freud. Y asegura que sabía que de arriba lo estaban guiando y que volvería a jugar al tenis.
-Aunque había días que me levantaba y decía: ¿Mirá si no puedo agarrar nunca más la raqueta? Ahí también le agradecía a mi mamá por haber terminado el colegio para tener la puerta abierta para el estudio, para hacer cualquier cosa.

Cualquier cosa habría sido Arquitectura. Mamá es Patricia, profesora de Literatura, y papá es Daniel, veterinario. Pero no de los de pet shop con Posnet: Juan nació en Tandil y ahí los animales no andan mucho por asfalto. Acompañar al papá al trabajo -lo hacía seguido- era meterse en el campo.



Cuando decís que de arriba te estaban guiando, ¿te referís a tu hermana? [Falleció en un accidente.]

Sí, a ella, y a Dios. Mi hermana para mí es muy importante. Le hago un regalo en cada partido, la señal. Tengo recuerdos hermosos. A mi familia y a mí no nos gusta hablar de eso, pero es muy especial. Yo sé que me cuida y me guía, y que siempre me da fuerza.

Además de su 1,98 m hay otras cosas díficiles de entender. Como que tiene 24 años y es fanático de Bruce Springsteen. Franco Davin, su entrenador, está a 20 metros parado contra un alambrado. Habla con otro hombre, como cuando los hombres hablan del desperfecto de un auto: uno siempre tiene una mano apoyada en el techo y el otro lo mira concentradísimo.

Davin lo hizo fanático de Springsteen mostrándole el DVD de un recital todas las noches de algún torneo. Cena, DVD: gana partido. Mismo tema: gana partido. Mismo tema: gana torneo. Juan se compra el DVD. Y después otro y después va a Wembley a verlo.

-Hice cola, todo. Espectacular. Me volví un loco de su música.

Algunas expresiones le quedan viejas -loco de su música- y otras le quedan lejos: dice muchas veces que le gusta hacer cosas de un chico de 24 años. Para decir que no está de novio cruza las manos en el aire. Se apura a decirlo, como cuando te cargaban en la primaria si la libido traicionaba lo importante: los amigos.

Los amigos aparecen cada tres preguntas. De hecho, Ramiro -un amigo que tiene cara de Federico, pero se llama Ramiro- espera que termine la entrevista para tomar mate juntos. Como Juan espera poder hacer en un tiempo lo que hoy está prohibido, por ser deportista profesional.

-Comer mucho chocolate. Y tortas. Y helado. Menos amargo, cualquiera. Blanco, en rama -dice, y parece estar comiendo en su cabeza-. Mi postre preferido es mousse de chocolate. Mi mamá lo hace muy rico. Mi abuela también. Ahora puedo comer, pero muy poco.

¿Cómo le explicás a otro cómo es un argentino? ¿Cómo explicás Del Potro-Davis?

Yo entiendo a la gente acá. Sé que es muy difícil dejar contentos a todos con lo que decido. Yo juego la Copa Davis desde los 17 años y me encanta. Pero bueno, este año fue una decisión supercomplicada. Sentí que era momento de probar, buscar otros objetivos sabiendo que habría gente que no iba a estar de acuerdo con mi decisión y otra que sí. También hay muchos que quieren ver a alguien intentar ser número uno, que la Argentina nunca tuvo, como también hay quienes quieren que se gane la Copa. Fue una decisión muy dura de tomar, pero muy consciente, y estoy confiado. Puede salir bien o mal. La verdad es que a la gente sólo puedo agradecerle. En la calle, en el club y en Tandil son espectaculares conmigo.

¿En el uno a uno no está esa cosa Del Potro-Davis?

Pasa por otro lado, cuando no te ven la cara, redes sociales. No estoy en contra de eso, pero acá nos gusta opinar a todos de todo, todos sabemos de todo. Somos así. Y a mí me encanta ser argentino, me gusta la forma de vivir las cosas que tenemos, somos repasionales. Cuando voy a un torneo afuera me tienen hasta no sé si la palabra es envidia, pero están todos como diciendo me gustaría tener tu hinchada. Hace poco, en Wimbledon, parecía local yo, muy loco, contra el número uno del mundo [habla de la semifinal, que perdió con Djokovic]. Siempre me joden, me cargan que les molesta el Delpo Delpooo en todas las canchas. Y eso a mí me encanta. Yo no siento la mala onda, al contrario, siento que cada vez hay más gente que me banca, que me dice cosas lindas. Y bueno, fue una decisión. Pero yo sé que voy a volver y voy a jugar.

Las crónicas deportivas dicen que está séptimo en el ranking ATP. En las charlas la cosa es sin siglas: es uno de los diez mejores del mundo. Arriba, Djokovic, Murray, Ferrer, Rafa -Nadal-, Roger -Federer-y Berdych; abajo, Tsonga, Gasquet y Wrawinka.Todos europeos. Del Potro es argentino y vive acá, en el fin del mundo.

-Viajan de un torneo a otro en una hora y yo tengo catorce o veinte de vuelo.

¿Y por qué no vivir afuera?

Pasa que a mí me gusta acá. Cargo mucha energía estando con mis amigos y familia. Ir a Tandil, disfrutar de mi casa y mi ciudad. Y bueno, son elecciones. Por ahí cuando voy a Estados Unidos paso un poco más de tiempo y evito algún que otro viaje. Pero sí, ellos tienen una gran ventaja de descanso y de preparación.

Eras fanático de Dragon Ball Z...

¡Sí! Era mi dibujito preferido. Con El Chavo era lo que más miraba. Salíamos justo del colegio cuando daban Dragon Ball. Hasta tuve el álbum de figuritas.

Si vos sos Goku, ¿quién es el enemigo, quién es Freezer o Cell?

Había uno que se llamaba. ¿Kiri? [es Krilin], ¿cómo era? -le pregunta a Ramiro, que no sabe-. Pero ese era el mejor amigo de Goku. Y el enemigo no me acuerdo. Pero tenistas enemigos-enemigos no tenemos.

Bueno, pero pica hay, se me ocurre uno...

El que se te ocurre no es; no sé quién es, pero no es -sonríe-. Pero si decís que Goku va a pelear con el archienemigo y tienen una gran batalla, sería Nadal -hace un silencio-. O Djokovic. O Murray.

A Djokovic le regaló la camiseta de Boca, a Federer lo hizo hincha y le parece que Tsonga también es de Boca, pero que se hizo hincha solo, porque "Boca es muy conocido". En partidos peleados o que va perdiendo y los da vuelta, Del Potro piensa en Boca. En jugar a lo Boca. Y dice que le da resultado. Y sueña con Boca.

-Sueño más con el fútbol que con el tenis. Sueño con jugadores, metiendo goles, en la Bombonera. Cualquier cosa. También me pasa estar toda una noche hablando de algo y. Nos pasó hace un par de días, hablando de Disney. Toda la noche hablando de eso, algunos amigos que habían ido, y que andá cuando puedas. Al día siguiente soñé que era Pluto, que estaba todo disfrazado. Todo, por estar maquinando con eso (ríe).

No piensa en el retiro. Sí en que el día que no juegue más al tenis y se saque las ganas del fútbol -quiere jugar un partido de los de verdad, no Del Potro vs. Resto del mundo armado para un tenista- se irá a vivir a Tandil.

Pero eso será dentro de mucho.

Hoy, cuando está en Buenos Aires vive solo en su departamento. Cuando va a Tandil la cosa es diferente.

-Está mi mamá que me dice Juan, a comer, y dejo de tener mis momentos solo. Vuelvo a sentirme como un chico, como cuando vivía con ellos.

¿Dormís en tu cuarto?

Sí.

¿Está todo igual?

Igual. Mi osito de Boca, que tengo desde los 4 años, está al lado de mi cama.

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